No tengo intención de referirme a la noción de bondad cómo fórmula de cortesía, para refrendar o expresar la amabilidad que esperamos de otros cuando hacemos una petición cómo: “¿Tendría usted la bondad de acercarme eso?” o “Ten la bondad de venir”. Realmente quiero referirme a la bondad cómo cualidad de bueno, es decir, a ese valor de las personas que les confiere una inclinación natural a hacer el bien.
Pero el concepto “bien” es un concepto tautológico, ya que está bien solo aquello que es bueno, por eso su definición puede resultar un tanto redundante. Por otro lado, la bondad como capacidad para hacer el bien necesita siempre del acto opuesto, es decir, algo está bien si lo opuesto está mal, por ejemplo “donar ropa, en buen estado, que ya no utilizas está bien”, porque está mal tirarla cuando otros no tienen con que vestirse.
Probablemente la bondad sea uno de los valores éticos que más apreciamos en los demás y a su vez se produce la paradoja de que en no pocas ocasiones se confunde con “debilidad”. A nadie le agrada ser el “bueno” del que todo el mundo se aprovecha, ese al que llaman “tonto de bueno”, la bondad es exactamente lo contrario, es la fortaleza que tiene quien sabe controlar su carácter, sus pasiones y sus impulsos para convertirlos en afabilidad.
Cómo todas las virtudes humanas, su manifestación tiene lugar a través del cómo se actúa, por ejemplo hay ausencia de bondad cuando ante el error que comete alguien y casi saboreando las palabras, nuestro ego nos empuja a sentenciar “no quiero decir que te advertí, pero… te lo dije”, nos empeñamos en poner “el dedo en la llaga” demostrando lo sabio que son nuestros consejos, pues bien, eso no es bondad, bastante tiene el que cometió y admitió el error y que incluso más que probablemente esté pagando las consecuencias. Tampoco es bondad cuando bajo la sentencia “¡Es por tu bien, lo hago porque te quiero!” podemos llegar a cometer una verdadera barbaridad, si estamos actuando conforme a nuestra realidad, con ausencia absoluta de respeto hacia la libertad del otro.
La bondad se manifiesta desde el pensamiento, las emociones y los actos, una persona bondadosa emana alegría, seguridad y confianza, una persona bondadosa no actúa conforme al ¿Tú o yo?, sino conforme al “nosotros” y es que la bondad es como un motor interno que impulsa a la persona a buscar a su alrededor y de manera constante.
No me imagino la bondad de la que hablo sin humildad, sencillez y respeto hacia la dignidad de los demás. La bondad no es prepotencia ni paternalismo, ni la arrogancia del “hacedor y conocedor del bien”. La bondad parece tener mucho más que ver con la paciencia. Una buena persona es paciente y concede a los demás la libertad y margen de error que todos necesitamos en la vida, una buena persona muestra una sonrisa fácil, afable y unida a la ternura, y desde la empatía y la generosidad trata de generar alegría alrededor.
Pero una persona en el ánimo de "exaltar" su bondad, puede subrayar "lo bueno que ha sido", "todo lo que ha hecho por su familia", "cuánto se ha preocupado por los demás" y eso por supuesto no es bondad. La bondad es generosa y no espera nada a cambio. No necesitamos hacer propaganda de la bondad, porque entonces pierde su valor y su esencia. El hacernos pasar por incomprendidos a costa de mostrar lo malos e injustos que son los demás, denota un gran egoísmo. La bondad no tiene medida, es desinteresada, por lo que jamás espera retribución. Podemos añadir que nuestro actuar debe ir acompañado de un verdadero deseo de servir, evitando hacer las cosas para quedar bien... para que se hable bien de nosotros.
Creo que cualquiera sabe cuando está actuando con bondad, con independencia de su objetivo, porque la bondad no nos aleja de nuestros propósitos, al contrario, puede elevar nuestro nivel de entendimiento y superarlos.
Elegimos ser buenos cuando dejamos de creer que los demás son culpables de nuestros males.
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