Parte de las
decisiones que tomamos en la vida están basadas en cómo nos sentimos. Sientes
que una decisión está bien o mal y actúas en función de ello. Cuando una
persona intenta encauzar o cambiar su vida, toma decisiones, e intenta actuar
de acuerdo con esas sensaciones.
Existe otro
tipo de sentimiento que si uno no se da cuenta, nos confunde y nos altera,
puede y llega a incluir los sentimientos de los demás, se trata de los
presentimientos, recordemos que presentir no es sino intuir o tener la
sensación de que algo va a suceder, pero los presentimientos, con fundamento o
sin él, acaban generando sentimientos o estados de ánimo desde los que
actuaremos y que inconscientemente condicionaran nuestra conducta.
Las personas,
para bien o para mal estamos conectadas con otras personas, en especial pareja,
familiares y amigos. Quién no ha intuido que le van a llamar, que van a venir a
verle o simplemente piensa en alguien y se lo encuentra de repente en la calle.
Si esas sensaciones llegan a transmitirse ¿Por qué no habrían de hacerlo sus
emociones? Es más, la fuerza de transmisión de las emociones es superior, forma
parte del lenguaje corporal de la fuente emisora, lenguaje no siempre
controlable y solo nuestra indiferencia nos impedirá percibirlas.
Puede que a
más de uno le haya pasado levantarse ante lo que se presenta como un buen día,
sin embargo, en un momento dado su estado de ánimo cambia, pasando de un estado
de ánimo placentero y optimista a sentir cierto desánimo incluso angustia y
ello sin que nada haya cambiado, al menos aparentemente. Pero…, algo ha
cambiado, acabamos de percibir que alguien cercano a nosotros lo está pasando
mal emocionalmente por algo que le ha sucedido y desde el terreno de la
confusión presentimos que algo no deseable puede suceder.
Sin embargo
ese sentimiento no es nuestro, ¿Por qué permitimos que se instale en nuestro
estado anímico y nos dejamos capturar por un abatimiento o negatividad que no
es propio sino de otro? En mi opinión es una reacción normal, cuando vemos
sufrir a alguien a quién apreciamos participamos solidariamente de su dolor y
nuestra capacidad de reflexión se ve considerablemente reducida.
Por el
contrario, nuestra capacidad de ayuda aumenta si somos capaces de actuar con ciertas dosis de cautela y
moderación, reconociendo que el sentimiento que nos agobia no es nuestro, pues
nuestro estado emocional era positivo. No admito el juicio de “me agobio porque
me interesa esa persona”, pero, si así es debes preguntarte si tu ayuda será
mayor sumándote a su angustia acrecentando su desánimo, o por el contrario
podrías llegar a proporcionar un cierto alivio; proporcionar ese alivio
requiere mantener cierta distancia respecto a ese sentimiento que nos afecta
pero que no nos pertenece porque es de otro.
Para ello, lo
primero es ser capaz de identificar los sentimientos que no son propios sino
asumidos y devolverlos desde la tranquilidad, la comprensión y ciertas dosis de
positividad. No sirve de nada tragarse la angustia de los demás y ser un
sumando más del infortunio, es preciso transformarla para devolverla con amor, entendimiento
y cercanía.
Y es que los
sentimientos hay que gestionarlos, primero identificando si son propios o
ajenos y después procurando que la positividad prime sobre la negatividad. Yo
personalmente creo que la fórmula funciona y no solo para cuando te invaden
sentimientos de otros, sino incluso con los propios.
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