RICOBLOG

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jueves, 10 de marzo de 2011

A UN LADO Y OTRO DE LA AMBICIÓN

Una vez más tomaré como punto de partida La RAE y su diccionario que nos dice que “ambición” es: “Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama”.
Algún día abordaré lo que opino sobre la idoneidad actual de muchas definiciones, pergeñadas hace muchos años por La RAE y que probablemente hoy evidencian ciertas carencias que pueden llevar a interpretaciones cuando menos dudosas, en algunos casos.
Creo que este es lo que sucede con la definición de “ambición”, en la que echo de menos referencias al deseo de superación o mejora; soy consciente de que alguien me podría decir que superación y mejora caben en poder, riquezas, dignidades y fama, pero, al menos a mí, me suena a muy material, a desear obtener elementos tangibles y externos reconocibles a simple vista.
La cuestión es si el objeto del deseo, así definido, lo convierte en un deseo legítimo o censurable,  la cuestión es si se trata de un deseo admisible o reprobable.
Para mí y si lo vemos como el hecho de querer lograr superar las propias expectativas, si entendemos la ambición como el deseo de superarse y llegar más lejos, lo que estamos es ante un posible motor que nos puede proveer de la motivación y determinación necesarias para lograr determinados objetivos y metas en nuestra vida.
Si dicho deseo llega a configurarse como un impulso que nos puede arrastrar a dañarnos a nosotros mismos o a los demás por conseguir lo que se desea, es muy probable que deberíamos dejar de llamarlo “ambición” y empezar a llamarlo “avaricia” que ya suena bastante más próximo a una conducta censurable para quien la practica.
El problema de la ambición no está en ser un razonable deseo de prosperar, ni de ser una sana inquietud por aspirar a un mejor nivel de vida, siempre que no pierda la dimensión de lo razonable. Es, cuando pierde esa higiene moral, cuando surge el problema, pues ese deseo va a generar actitudes propias de la “lucha” desembocando en conductas febriles de violencia. Y es que las personas ambiciosas, en su dimensión o sentido negativo, terminan aferradas al desasosiego lo que les incapacita para vivir y disfrutar mientras lo hacen, cuando menos en lo que se refiere al presente, obsesionadas por su futuro.
No resulta difícil diferenciar la ambición perniciosa, por desmedida, de la ambición plausible por no perder la mesura. Y es que la ambición perniciosa viene marcada por el egoísmo y el afán de acaparamiento, ya sean riquezas, honores o poder y lo peor es que no importan los medios para lograrlo, cualquier traba o competidor es un claro enemigo y actúan bajo la vieja consigna de “al enemigo ni agua”; como contrapartida, la ambición plausible es noble y no pierde en su horizonte la generosidad y el bien de los demás.
Marco Aurelio, emperador del imperio romano apodado “el sabio” dijo: “Nuestras vidas son la obra de nuestros pensamientos”. Fomentar en las mentes, de quienes nos rodean, pensamientos de generosidad, de optimismo, de actitudes positivas, de comprensión y entrega a los demás, de nobles aspiraciones y deseos de mejora, propiciará que sepan elegir el camino de una legítima y noble ambición.
Cuando la ambición no es equilibrada surge la confusión, aunque no resulte evidente ¡la confusión está ahí!: Cuando una persona, deportista, artista o profesional realiza una acción por la simple recompensa de ejecutarla correctamente, su mejor aliada es su habilidad al 100%, sin embargo cuándo esa acción busca un reconocimiento de los demás, un premio, una recompensa, uno ya está algo nervioso y sí la recompensa esperada es la máxima posible se pierde la mitad de la habilidad habitual, ya no se ve un blanco sino dos, el listón se ha elevado por encima de lo previsto, el público se ha vuelto más exigente, las condiciones y recursos son inferiores, etc.
Rompamos con la ambigüedad del término ambición, generalmente presupone una demanda de energía, respuestas, gusto por el poder, agresividad e innovación, actitudes que pueden engrandecer o degradar a muchas personas, la ambición finalmente es una energía que mueve a las personas a avanzar y que direcciona sus esfuerzos para realizar algo.
La ambigüedad no reside en lo que es sino en cómo se utiliza, de un lado estará la ambición ciega, imprudente y peligrosa y de otro la ambición que se nutre de coraje, perseverancia pero fundamentalmente de ética.

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