No es difícil escuchar y en estos últimos días lo
hemos padecido de forma intensa, incluido en versión musical, la expresión “No
hay dos sin tres” cuando de forma estricta debería formularse de manera
inversa, es decir, “No hay tres sin dos”, pero yo nunca la he escuchado en lo
que considero serían sus términos correctos. ¿Por qué? No debiera parecer
difícil admitir que nunca existiría el tres sino hubiera previamente “uno y
dos”.
La expresión “No hay dos sin tres” para generaciones
de corta edad y conforme a los recientes días vividos, podrían entenderla como
un eslogan acuñado desde una campaña marketiniana para promocionar a nuestra
selección de futbol cara a la Eurocopa 2012 “La Roja”; pero no, esta expresión
proviene de la escuela Pitagórica, formulada hace cientos de años y que en
forma de refrán trata de establecer el teorema de que una dualidad es un ciclo
inacabado.
En este axioma se identifica el “uno” como la causa
y el “tres” como el efecto, el “dos” es sencillamente la reacción de la causa de la que inevitablemente surge el
efecto. La escuela Pitagórica integrada fundamentalmente por astrónomos,
músicos, matemáticos y algunos filósofos creía que todas las cosas eran, en
esencia, números y que ninguna manifestación existía si en ella no había una
trinidad, o dicho de otra manera todo es resultante de una dualidad generadora,
por lo que si hay dos inevitablemente surge el tres.
Si este principio fuese cierto tendríamos que
admitir que cuando dos personas forman una pareja, de forma inevitable, deberán
tener un hijo o uno de ellos tendrá un amante “No hay dos sin tres”, pero en la
pelea dialéctica del refrán también encontramos: “Tres son multitud”, “A la
tercera va la vencida”, “No le busques tres pies al gato” o “A vivir que son
dos días”, seguro que rebuscando se pueden encontrar algunos ejemplos más, pero
creo que estos son suficientemente ilustrativos de la arbitrariedad de opinión.
Expresiones, como las que nos ocupa desde el
principio, presentan la suficiente vaguedad como para admitir diferentes
interpretaciones; pero si hemos sido capaces de inventar la ambigüedad también
hemos descubierto su antídoto para cuando alguna de las frases hechas no nos
funciona: “¡La excepción confirma la regla!”, que originalmente en latín decía
“exceptio probat regulam” cuyo significado es: “la excepción pone a prueba la
regla” y que desde luego no la confirma, pero es evidente que su significado
original no podía cumplir con la pretensión de justificar un juicio inexacto y
la fuimos adaptando a nuestra conveniencia.
También es cierto que contamos con la SEMÁNTICA como
ciencia que estudia el significado de las palabras, pero no lo es menos que
estas cambian con los hábitos y adoptan nuevas formas; estas desviaciones, que
modifican el sentido original de las mismas, en ocasiones envían un mensaje que
difiere del original o que llegan a desdibujarse tanto que permiten un sinfín
de interpretaciones.
Y no digamos nada de esas “frasecitas” que a veces
construimos, en apariencia sencillas pero que resultan ser de lo más
artificiosas. Frases como:
“…O algo
así”: Tu le dices a alguien “llevo un par de días con un
fuerte dolor en la espalda” y te responde “puede ser un golpe o algo así”, ¿Qué
es “o algo así”? Algo es un pronombre que implica una causa no determinada o
que se pretende no determinar y que desde la preocupación de tu malestar te
puede generar una considerable incertidumbre ¿Pretende decirte que puede ser
algo grave?
“¿Sí o
qué?”: Le comentas a otra persona “Este fin de semana no
estaré en Madrid” y su comentario es ¿Sí o qué? Puede estar admitiendo que
realmente no estarás en Madrid o se está cuestionando que puedes tener otros
planes distintos a los que expresas. ¿Desconfianza…, por qué?
“Si eso…”:
Sientes una inclinación especial por alguien y en un arrebato de atrevimiento
le dices, “Me gustaría invitarte a cenar” y te responde, “Genial, si eso ya te
llamo yo”. Madre mía, suena a frase lapidaria ¡Sí eso ya te llamo yo! ¿Qué es “si
eso…”? Después de una respuesta así mis expectativas de ir a cenar se situarían
bajo mínimos.
Muletillas o expresiones frecuentes en nuestro día a
día que probablemente respondan a la voluntad de no ser totalmente sinceros, de
no decir abiertamente lo que pensamos. Abrirse de verdad puede hacernos pensar
que facilita nuestra vulnerabilidad, pero no hacerlo nos impide percibir a los
demás como son, o al menos como creemos que son.
Yo acabo de decidir excluir de mi vocabulario
expresiones como: “La excepción confirma la regla”, “No hay dos sin tres”, “…O
algo así”, “¿Sí o qué?” o “Sí eso…” y cualquier otra que me parezca perteneciente
a la misma familia.
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