Si solo poseyéramos una virtud es más que probable que ésta nos condujera al vicio, al uso inapropiado por exceso o defecto y es que todas y cada una de las virtudes, valores o conductas, precisan o es recomendable la presencia de sus hermanas mayores y en muchos casos de las menores. La humildad es una virtud del realismo, pues consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de acuerdo a tal conciencia. Es más, la humildad es la sabiduría de lo que somos.
No obstante, para Nietzsche, no muy próximo precisamente a doctrinas espirituales o religiosas, la humildad no podía significar más que una bajeza, una debilidad de instintos propia de quién actúa inspirado por una moral de esclavos. Para su idea moral del superhombre, en cambio, a la sombra de la humildad hay que oponer la claridad de la altivez, tan alabada por los griegos y desde luego, por Nietzsche.
Sin embargo, la mente humilde es receptiva por naturaleza y por lo mismo es la que mejor está dispuesta a escuchar y a aprender. En el caso opuesto está la mente arrogante que por saber mucho de algún tema se cree capaz de opinar y debatir de asuntos sobre los cuales no conoce ni los principios más básicos, creyendo estar preparada para emitir juicios válidos sobre cosas de las que no tiene ni la más remota idea. Esta carencia de reconocimiento de los límites de sus capacidades o conocimientos, hace al arrogante construir su ilusión de ser más importante que los demás.
El verdadero humilde considera siempre que las experiencias de la vida son posibilidades abiertas para aprender cada vez más. La humildad como conciencia de nuestra capacidad de engañarnos o confundirnos nos hace más fácil la tarea de reconocer nuestros errores. Ser humilde es permitir que cada experiencia te enseñe algo y desde ahí, desaparecen miedos y se propicia el crecimiento.
Si tienes el convencimiento de ser humilde no te avergüences de ello. La humildad es el conocimiento perfecto de lo que “somos y podemos”, sin ilusionarnos con cualidades que no tenemos. Humildad no es una postura del cuerpo, ni un tono de voz; es una actitud del espíritu, que sabe lo que es y lo que puede ser. La humildad es una cualidad que reporta “pingües” beneficios, como:
- Al ser conscientes de las cosas buenas que nos rodean, desaparece la sensación de sentir envidia hacia otros. Lograr ser humilde proporciona felicidad.
- Valorarse uno mismo propicia valorar a los demás, lo que proporciona armonía con uno mismo y honor y respeto por los demás.
- La humildad crea serenidad por lo que dificulta el enojo y la aparición de peleas.
- Con humildad uno no tiene miedo sobre sus propias valías por lo que demuestra una elevada capacidad para admitir equivocaciones.
- Al humilde le resulta más fácil perdonar a los demás, que incluso, a veces, ni pueden.
Si entendemos la humildad como la carencia de vanidades, hablaremos de ella como una característica distintiva de las personas inclinadas a “lo noble”. La humildad es, entonces, carencia de fantasía insana, amor y servicio. Pero, como todo, el exceso acaba en aberración negando lo mismo que dice afirmar; existen demasiados “humildes” que han dado forma desde su falsa humildad una máscara, agradable y sofisticada pero de enorme vanidad interior.
Quién hace bandera de su humildad rindiéndola culto público diario, lo hace por vanidad, habiendo considerado que es el camino fácil para que se le admire con mínimo riesgo posible para sí mismo y que su aparente caridad o generosidad, no va más allá de una simple reafirmación de “Sí mismo”.
La falsa humildad es la imagen invertida y descolorida de la verdadera, hay una gran distancia entre el humilde de corazón y el humilde “teatral”, y por ello hemos de esforzarnos en distinguir ambas humildades, algunos de los rasgos más destacables entre las personas de humildad sincera son:
- Todos deseamos una palabra de aliento cuando las cosas no han ido bien.
- Y comprensión cuando, a pesar de la buena voluntad, nos hemos vuelto a equivocar.
- Y que se fijen en lo positivo más que en los defectos.
- Y que haya un tono de cordialidad en el lugar donde trabajamos o al llegar a casa.
- Y que se nos exija en nuestro trabajo, pero de buenas maneras.
- Y que nadie hable mal a nuestras espaldas.
- Y que haya alguien que nos defienda cuando se nos critica y no estamos presentes.
- Y que se preocupen de verdad por nosotros cuando estamos enfermos.
- Y que se nos haga la corrección fraterna y respetuosa de las cosas que hacemos mal en vez de comentarlas con otros.
- Y…
Estas son, entre otras cosas, las que, con humildad y espíritu de servicio, hemos de hacer por los demás.
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