Hasta hace muy poco tiempo no conocía ningún cisne negro, es más, siempre había pensado que todos eran blancos, gráciles y majestuosos, en estos momentos se, de al menos dos:
El libro “El cisne negro”, de Nassim Nicholas Taleb, subtitulado “El impacto de lo altamente improbable” que introduce el concepto de “Cisne Negro” como un suceso con tres características básicas: Gran impacto, difícil de predecir y sobrepasa las expectativas aceptadas.
Y la película “Cisne Negro”, dirigida por Darren Aronofsky en la que una bailarina, de ballet, se enfrentará a la rivalidad de una compañera; una confrontación cada vez más tensa conforme se acerca el día de un gran espectáculo. El problema es que no se sabe si esa compañera es una aparición sobrenatural o es fruto de la mente perturbada de la protagonista. Una buena parte de la crítica dice que el desenlace es simplemente excelente, pero no voy a revelar el final, ni tengo esa intención ni le conozco.
Dicen que los excesos visuales y casi podríamos decir inmorales de Cisne Negro (la película) han revelado para algunos un mensaje profundo: la felicidad no es una meta, sino el modo en el que caminamos. Idéntico al que proponía, de manera más templada, la película en la que claramente se ha inspirado: “Las zapatillas rojas” (1948), que ganó dos Óscar.
En un mundo en el que nos despertamos cada día con una noticia más desconcertante que la precedente; en el que muchos Medios de Comunicación se han convertido (la cuenta de explotación manda) en agoreros de apocalipsis contiguas, es conveniente reflexionar desde la orilla.
La existencia del ser humano desde que el mundo es mundo ha de consistir en la búsqueda de equilibrios vitales. Quienes, como en Las zapatillas rojas o en Cisne Negro, se empeñan en hacer caso omiso de la vida frente al éxito, acaban en el despeñadero. Demasiadas personas y organizaciones, azuzadas por una crisis económica y de valores, corren aceleradamente hacia ningún sitio.
La armonía que hemos de ir creando entre las exigencias organizativas y la protección del propio refugio afectivo es esencial para mantener el sentido común. Sin equilibrios, la existencia de muchas personas y corporaciones no es vida, sino mera duración.
Dentro de cada uno se debaten un diablo (o una horda) y un ángel (o una escuadra). Cuando nos dejamos dominar por los primeros, aflora la envidia, la destemplanza, la ira… y toda una carretada de reacciones que se vuelven contra quienes las consienten. Triste es ver a profesionales incluso valiosos, también en el ámbito de la política, que en vez de proponer ideas pretenden alcanzar un hueco en el mercado a base de descalificar a otros. Enhebrando calumnias, difamaciones o sencillamente simplezas, ignoran que, como bien dijera Shakespeare, lo peor de quien embauca es que él mismo se transforma en embaucador.
Frente a esos mediocres, surgen profesionales en todos los ámbitos dispuestos a abrir nuevos caminos, sin recrearse en lamentos y desengaños. En los tiempos que corren, son precisas personas profesionalmente bien formadas, y… decentes.
Son los próximos meses los que nos pueden ayudar si aplicamos unas buenas dosis de realismo ilusionado, no de ficciones, falacias o improperios. De esta crisis se sale (como de las anteriores) con esfuerzo diario. Quienes dejen que su cisne negro prevalezca y se nieguen a ceder en prebendas (justas o injustas) no colaboran a la recuperación. Tiempo, pues, de sueños entusiastas, fijos los ojos en ese periodo de nuevo crecimiento que se forja con esfuerzo y sacrificio, siempre que cada uno sepa aportar su grano de arena.
Ojalá dejemos que aflore nuestro cisne blanco y no dejemos que las zapatillas rojas nos arrastren hacia donde no deberíamos encaminarnos.
Pero quiero volver brevemente al otro “Cisne Negro” para decir que es una delicia para todos los curiosos que no se quieren rendir. Las páginas de este libro son un canto al escepticismo (higiénico), el cual nos separa de dogmas y verdades absolutas y nos acerca al conocimiento general más que al específico.
La realidad nos demuestra día a día que el movimiento no viene de las “cátedras ni los doctorados”, sino del dinamismo vivo. Seamos más críticos y partiendo de una vasta pluralidad de fuentes, montemos nuestro propio criterio, el cual puede ser más o menos acertado; pero será el nuestro.
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