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martes, 5 de abril de 2011

HIGIENE MENTAL

El concepto “salud mental” fue inicialmente descrito como “higiene mental” probablemente por paralelismo con la expresión “higiene física”, se trata de una construcción social y cultural. La salud mental es como pensamos, sentimos y actuamos en la vida. También interviene en cómo manejamos el estrés, nos relacionamos con otras personas y tomamos decisiones.
Voy a tratar de referirme al conjunto de hábitos conductuales que las personas incorporamos a nuestro comportamiento usual, buscando aumentar nuestro bienestar y calidad de vida. No obstante, la amplitud del tema y la prudente extensión del artículo imponen un recorte que, como todo recorte, resultará arbitrario, provocando el atender a conceptos que pudiesen haberse obviado y se puedan echar de menos otros que podrían haber sido interesante tener en cuenta.
Cuando nos referimos a higiene física, todos nos podemos hacer una idea de lo que conlleva: cuidar nuestro cuerpo y mantener limpio y ordenado nuestro entorno. Todo ello para prevenir problemas de salud, mejorar nuestra convivencia con los demás, etc. Pues en el caso de la higiene mental se trata de lo mismo. Tan importante es ducharnos a diario, cepillarnos los dientes… y toda esa serie de hábitos que asociamos con el cuidado del cuerpo y la prevención de problemas de salud física, como adquirir y mantener hábitos de higiene mental.
Tan responsables somos de cuidar y mantener el cuerpo como la mente. Ya lo decía Juvenal en la cita que todos conocemos: “Mens sana in corpore sano”, refiriéndose al equilibrio entre el cuerpo y el espíritu (o mente).
Hábitos saludables de higiene mental hay muchos y mayoritariamente cotidianos.
Por ejemplo el atender la satisfacción de nuestras necesidades naturales y básicas como: comer, dormir, mantener relaciones sexuales, etc. Su represión injustificada produciría daños en nuestra salud mental.
La auto-valoración positiva. A casi nadie se le suele ocurrir revolcarse en el barro antes de salir de casa. Pues lo mismo pasa con nuestra “imagen mental”. La mejora de nuestra auto-imagen y el refuerzo de la autoestima son tareas de las que hemos de ocuparnos a diario. Hemos de ser los primeros en percibir y valorar adecuadamente lo bueno que hay en lo que somos.
La valoración positiva de los demás. Percibir comportamientos y aspectos positivos de las personas que nos rodean, además de mejorar nuestras relaciones, aumenta el grado de bienestar que experimentamos.
La gestión adecuada de las emociones. Interpretarlas y encauzarlas de manera que nos resulten beneficiosas.
Uso de la atención selectiva. De todo cuanto sucede alrededor hemos de reconocer qué es positivo y útil para nosotros, aprovecharlo y procurar que no nos afecte lo demás.
Uso del recuerdo. Evitar recrear situaciones pasadas en las que experimentamos fracaso y frustración con el único fin de rememorar esas sensaciones. Es preferible evocar recuerdos agradables.
Hacer balance del día. ¿Qué ha tenido de provechoso? ¿Hemos aprendido algo?
El listado de hábitos saludables es interminable y básicamente, la mayoría de ellos se relacionan con el “pensamiento positivo”, es decir, usar nuestro raciocinio para fortalecer nuestra capacidad de hacer frente a las exigencias del entorno y de manejar las dificultades y problemas que tenemos. Esa fortaleza llega de manos de un “optimismo realista”, responsable, que enfatiza los aspectos positivos de situaciones y personas (sin ignorar los negativos) para usarlos en nuestro favor.
Se trata de un pensamiento “mentalmente higiénico”, que evita la suciedad y el desgaste que producen los pensamientos destructivos (pesimistas, auto-compasivos, derrotistas…) pero de ello hemos de ocuparnos a diario, con tanta dedicación como la que prestamos al cuerpo.
Incorporar este estilo de pensamiento a nuestra vida puede ser un largo proceso de aprendizaje para algunas personas, pero merece la pena, por nuestro bienestar y el de las personas que nos acompañan.

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