Generalmente al concepto “sencillez” lo ubicamos en un ámbito externo a nosotros mismos y creemos manifestarlo con pocas posesiones, ropas, cosas…, pero eso no es sencillez. Lo que uno es en su interior aflora a su exterior, por ello, la verdadera sencillez solo puede desarrollarse interiormente, la sencillez surge cuando empezamos a comprender el significado del conocimiento propio. Cuando no se es sencillo no se puede ser sensible a los árboles, a los pájaros, a las montañas, al viento, a todas las cosas que existen a nuestro alrededor, pero si falta la sencillez tampoco se puede ser sensible al mensaje interno de las cosas.
La sencillez no es algo que haya que buscar, solo surge cuando no hay un “yo”, cuando la mente no está atrapada en especulaciones, en conclusiones, en creencias, en imaginación (acción que no es resultado de una idea). Solo una mente libre puede hallar la verdad, recibir aquello que es inconmensurable, que no puede nombrarse. La sencillez atrae al instinto, la intuición y el discernimiento para crear pensamientos con esencia y sentimientos de empatía. Sencillez es la conciencia que llama a las personas a replantearse sus valores.
La sencillez es verdad y la belleza de la verdad es tan sencilla que funciona como la alquimia y hay elementos que siempre afloran, no importa cuántos disfraces se presenten ante ella, la luz de la verdad no puede permanecer escondida. La sencillez reduce la diferencia entre “lo que tengo” y “lo que me falta”. La sencillez es una virtud que permite a una persona ser accesible y mostrarse dispuesto a establecer el vínculo que sea necesario con otro.
Una actitud contraria a la sencillez es la solemnidad, tener una imagen intimidante que cierre de antemano, sin excepciones, el canal de comunicación con los demás. La sencillez es la llaneza de lo natural, de lo fácil, de lo comprensible, de lo que puede llegar a cualquiera. La sencillez la expresa el que elige el camino directo, sin vueltas, para evitar las malas interpretaciones que produce la ambigüedad de los atajos.
La sencillez no necesita adornos ni hacer ostentación porque es como el agua, que sin tener ni gusto, ni sabor, ni color, es igualmente necesaria. Probablemente no hay nada más chocante que una persona “inflada” o que se vanagloria constantemente de sus propios logros, cualidades y posibilidades. Una personalidad sencilla a veces puede pasar inicialmente desapercibida pero su fortaleza interior es mucho más profunda y perdurable.
La personalidad sencilla es única, recia, sin adornos ni artificios, no le hace falta exhibir sus posesiones y cualidades porque son evidentes y naturales. La sencillez nos enseña a saber quiénes somos y lo que podemos. La cultura actual se empeña en hacernos creer que valemos por nuestra ropa, por nuestro coche, por estar a la moda, por ser poderosos…, pero esa cultura es la que conduce al gran vacío interior, demasiado presente en nuestra sociedad. Si nos empeñamos en demostrar “estar a la última” podemos caer en la ostentación, con una única estación de destino, la altivez.
Una persona sencilla no se exalta ni menosprecia, aprecia a las personas por lo que son, lo cual permite un diálogo amable y una amistad sincera. El valor de la sencillez nos ayuda a superar el deseo desmedido por sobresalir, sentirnos distinguidos y admirados solo por la apariencia externa. Nuestro interior, nuestro corazón es lo que verdaderamente cuenta. Una persona sencilla gana más corazones.
Excelente! Con permiso lo comparto en la página Valores y Virtudes de facebook. www.facebook.com/operativovaloresyvirtudes
ResponderEliminarMe agrada que te parezca excelente y más aun que decidas compartirlo.
EliminarUn largo abrazo.