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jueves, 2 de enero de 2014

LO EXCEPCIONAL



Sí como en tantas ocasiones acudo a mi gran aliado, que no es otro que el Diccionario de la RAE, podré constatar lo que académicamente hemos de entender como:

EXCEPCIÓN: Persona o cosa que se aparta de la regla común o condición general.

EXCEPCIONAL: Que se aparta de lo ordinario, o que ocurre rara vez.

Es evidente que ambos significados apuntan en la misma dirección, y que etiquetan todo aquello que no es lo habitual, la primera dificultad se centraría en definir el rango de lo que podemos considerar usual o inusual, y desde un punto más moralista, ¿Qué prácticas debemos entender como deseables y cuáles no?

Una de las características de lo excepcional es que ocurre rara vez, sin embargo, lo no excepcional transcurre en un espacio que denominamos “normalidad”, pero la “normalidad” de un comportamiento está vinculada a la conducta de las personas que no muestra diferencias significativas respecto a la conducta del resto de la comunidad a la que pertenece. Por ejemplo el uso de falda por parte de los hombres es visto con normalidad en ciertas regiones de Escocia, pero anormal en muchas otras sociedades.

Una fórmula prudente para mantenerse en el terreno de la normalidad la encontramos en el proverbio popular que nos recomienda “Donde quiera que fueres, haz lo que vieres”, y es que los comportamientos excepcionales son causa y origen de emociones de toda clase, desde las más nobles, hasta las más bajas; el proverbio lo que hace es invitarnos a no destacar y mantenernos dentro de los patrones de normalidad asumidos.

Sin embargo, el adagio citado debe tomarse con ciertas cautelas, pues ¿Qué sucede si hacer lo que vieres contraviene tus principios? ¿Qué pasa si estás, por ejemplo, en un entorno hostil, despótico o cínico, mientras que tus criterios y convicciones no lo son? ¿Haces lo que ves o haces lo que crees? ¿Decides ser normal o excepcional?

Por otro lado, el concepto “excepción” es claramente bipolar y no en su conceptualización pues siempre hace referencia a lo que se aparta de lo normal, pero sí en su aplicación ya que podemos utilizarla para expresar nuestra desaprobación o ensalzar nuestra admiración.

Cuando alguna de mis conductas se muestra reprobable no tengo la menor duda de calificarla como excepcional pues no forma parte de mi bagaje conductual, cuando el ser o hacer de otros merece el reconocimiento colectivo tampoco tengo reparos en etiquetarlo de excepcional.

La excepción no es buena o mala de forma intrínseca, simplemente es diferente a lo habitual, lo que la convierte en una condición que puede situarse en un rango que va desde muy buena a muy mala. Pero la excepcionalidad puede resultar caprichosa si la utilizamos según conveniencia: “Mis meteduras de pata son una excepción, los aciertos de otros también lo son”.

A veces acudir a la excepción es simplemente una justificación, es como “¡El mejor escribano echa un borrón!” lo que trata de establecer que no es lo habitual; desde luego no estaré en contra de la “excepción justificativa” siempre que no represente un freno y pase a minimizar el entusiasmo y empuje personal por hacer las cosas conforme a los principios y no a los convencionalismos.

Aparte de lo dicho, el mayor enemigo de la excepcionalidad es la frecuencia e intencionalidad con que dicho término se utiliza y quiero mojarme al respecto. Creo que echar mano de la expresión “Excepción” para salvar una conducta reprobable es una bajeza, y hacerlo cuando el comportamiento de alguien es habitualmente meritorio es una vileza.

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