Resulta bastante fácil el haber sentido, en algún momento de nuestra vida, la desilusión de conocer la verdad, esa verdad que pone al descubierto un engaño o una mentira. Es una experiencia que nunca deseamos volver a vivir, que nos hace sentirnos defraudados y a veces, puede llegar a impedir confiar en las personas, aún sin ser estas las causantes de nuestra desilusión.
De las diferentes definiciones que he leído de “Sinceridad” la que más me ha gustado decía algo así como: “Decir, con palabras y acciones, si es conveniente, a la persona idónea y en el momento adecuado, lo que se ha hecho, lo que se ha visto, lo que se piensa, lo que se siente, etc., con claridad, respeto a la situación personal o a la de los demás”. Sin embargo, para muchas personas la sinceridad no precisa de contemplar en su contexto “si es conveniente, a la persona idónea y en el momento adecuado”.
Desde luego mi opinión pasa porque la sinceridad debe estar escoltada por “la caridad y la prudencia”, también requiere “tacto”, lo cual no significa omitir la verdad total o parcialmente. Si hemos de decir algo a alguien y entendemos que al hacerlo podemos incomodarle, deberíamos tener presente que el único propósito válido para hacerlo sería el de “ayudar”, eso nos debiera exigir buscar el lugar y momento más idóneos, como único camino para lograr que la persona nos escuche y participe de nuestra buena intención de ayudarle para mejorar.
Ser sinceros también exige de responsabilidad personal, no dando cabida a la imaginación, a los rumores o a las suposiciones y desde luego no decir nunca “las verdades” por despecho, enojo o envidia, no es suficiente enarbolar la bandera de la “franqueza y la sinceridad” para evidenciar los errores que cometen los demás, esto tiene otro nombre que no es el de sinceridad, aunque lo que digas sea cierto.
La educación de la sinceridad básicamente supone la educación del tacto, la discreción y la oportunidad. Porque ser sincero no consiste en decir todo a todos y siempre. El discernimiento será una herramienta fundamental en el arte de ser sinceros:
- Distinguir entre hechos y opiniones.
- Distinguir entre lo importante y lo secundario.
- Distinguir a quién se debería contar qué cosas.
- Distinguir el momento oportuno.
- Explicar por qué.
Esto que parece sencillo es generalmente lo que más cuesta. Utilizamos el subterfugio de “las mentiras piadosas” ante las que “no pasa nada”, pero, obviamente, una pequeña mentira, llevará a otra más grande y así sucesivamente, hasta que nos sorprenden.
La sinceridad es una virtud que caracteriza a las personas por la actitud congruente que mantiene en todo momento. Cabe enfatizar que “decir” la verdad es una parte de la sinceridad, pero también “actuar” conforme a la verdad. El mostrarnos “como somos en realidad”, nos hace congruentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos, esto se logra con el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades y limitaciones.
Cuando aparentamos lo que no somos, (normalmente condicionados por el propósito que se persiga: trabajo, amistad, negocios, círculo social, etc.), se tiende a mostrar una personalidad ficticia: inteligentes, simpáticos, educados, de buenas costumbres, etc., ¡Pero cuidado!, ya conoces la sabiduría del refranero español y ahora recuerdo uno que dice. “Dime de qué presumes y te diré de lo que careces”.
Hola,
ResponderEliminarAportaría la distinción: sincero/sincericida. El que piensa todo lo que dice frente al al que dice todo lo que piensa...
Un abrazo!
Gracias.
ResponderEliminarComo no se me ocurrió a mí. Jajaja...
Lo cierto es que es una distinción que me gusta mucho.
¡Un largo abrazo!