Las personas nos comportamos conforme a nuestros propios valores que no tienen por qué coincidir con los valores de los demás. Lo que para algunos puede suponer una grave ofensa, para otros puede entenderse como algo natural y sin importancia. No resulta difícil cometer errores incluso sin propósito intencional alguno, a veces las circunstancias, a veces el desconocimiento, nos puede conducir a tomar decisiones que, sin pretenderlo, hagan daño a otros.
Hermanos que no se hablan, amigos que se distancian para siempre, padres e hijos que no vuelven a verse y todo motivado por una herida que no supieron o pudieron cicatrizar. Las malas relaciones personales generan seres aislados y amargados y con problemas de salud. ¡Esto es rencor! A veces junto al rencor aparece el dolor por sentirse culpable del conflicto, en esos casos además de perdonar al otro hemos de ser capaces de perdonarnos a nosotros mismos, necesitamos aceptar que todos somos capaces de cometer errores, lo que nos ha podido llevar a no actuar de forma correcta.
Sentirse herido en la vida es normal pero genera una situación difícil y generalmente, en algún momento, todos provocamos rencores. Sin embargo, que sean comunes no significa que sean saludables. Y es que el rencor es un enojo profundo y persistente, un resentimiento arraigado que desequilibra el cuerpo y la mente. La persona que siente rencor suele “rumiar” sus rencores, alimentándolos con fantasías creadas por sus pensamientos que nada tienen que ver con la realidad.
El rencor es un profundo resentimiento, una emoción negativa que no resulta perjudicial solo desde el punto de vista emocional, sino también para nuestra salud mental y para nuestra salud física. Cuando una persona tiene rencor o piensa en venganzas, tanto su presión arterial como su ritmo cardiaco se disparan respecto a su actividad normal. Experimentando con frecuencia estos estados insanos no solo se sufrirá estrés, sino que pueden acabar apareciendo daños cardiovasculares.
El rencor es preciso superarlo, para ello es necesario generar emociones opuestas a él. Si se piensa decididamente en el perdón, los ritmos vuelven a normalizarse. Reconozco que no es fácil ya que lo primero es percibir y admitir que sentimos rencor, después es preciso expresar nuestro enojo a quién lo generó, desde luego sin calificaciones o descalificaciones personales, sino haciéndole partícipe de cuales fueron nuestros sentimientos ante determinadas decisiones suyas y sabiendo perdonar.
Otras veces solo queda la opción de aceptar el daño, todos hemos dañado y hemos sido dañados alguna vez, pero no podemos permitir que se instale, de forma permanente, el odio y el rencor, recordemos aquel refrán: “No hay mal que cien años dure” y al que suele añadirse “ni cuerpo que lo aguante”.
Está demostrado que perdonar, si es de corazón, es una terapia maravillosa. De la misma forma que odiar en base al rencor es un veneno que amarga la vida, que la acorta. Lamentablemente hay muchas personas que pasan muchos años instaladas en el rencor, que no se dirigen la palabra y que no pueden “verse ni en pintura”.
Una cosa es sentirse herido por un agravio y otra distinta es pretender provocar el dolor que sentimos hacia quien nos ofendió. Lo primero es humano, lo segundo destruye lo humano y nos hace rencorosos. Está claro que desconocen el daño que se hacen a sí mismos y como amargan su existencia.
Hola Jose Luis, soy mar me encanta leer lo que escribes, igual que me encantaba escucharte en estos años de formacion que nos has dedicado, bueno no te peloteo, eso si has dejado una buena saga de formadores.
ResponderEliminarTengo que decirte que gracias a Rafa J.de Cadiz es como he conocido el blog.
Gracias a tí y Gracias a Rafa por su difusión,
ResponderEliminarpor cierto me consta, porque te conozco, que lo que dices es de corazón y nada tiene que ver con el peloteo, entre otras cosas porque no hay razón para ello y por la sinceridad a la que me tienes acostumbrado.
Un largo abrazo. José Luis