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sábado, 21 de mayo de 2011

VALORES - XIX (SOLIDARIDAD)

…Determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, ya que todos somos responsables de todos.

Pero quiero empezar acotando las consecuencias que “a contrario sensu” tiene la falta de solidaridad entre las personas: Es en la falta de solidaridad entre las personas y los pueblos donde reside la culpa de las estrecheces actuales que padece la humanidad; cuando las personas alcanzan un supuesto bienestar, a fuerza de derribar a otros, de utilizar a los demás como simples escalones para alcanzar el éxito, de ignorarlos en la pobreza u olvidarlos en la desdicha, cuando los países explotan a otros , o dejan de ayudarles, se produce un espejismo efímero de pretendido bienestar material, pero que en el fondo no es más que un pervertido egoísmo y deshumanización, que nos conduce a un estancamiento social en el que imperan los intereses personales.

Pero la falta de solidaridad que aletarga la civilización en el desarrollo conjunto de todas las personas, no solo afecta a los necesitados, o a los países menos desarrollados, la falta de solidaridad se revuelve contra nosotros mismos y acaba afectando a la humanidad y no solo a los más necesitados. La solidaridad es unión, mientras que el egoísmo es aislamiento. La solidaridad favorece el desarrollo, el egoísmo la pobreza. En la solidaridad el hombre es amigo y hermano para el hombre, en el egoísmo el hombre es lobo para el hombre. La solidaridad aprovecha y comparte los bienes, el egoísmo los acumula en inútiles y vergonzosas masas de riqueza.

Y es que la solidaridad es entrega y, por ello, diametralmente opuesta al egoísmo. La solidaridad debe ser verdadera, tangible, activa y perseverante, ha de ser un compromiso de las personas con las personas. La solidaridad arranca en uno mismo, es lícito preocuparse por uno mismo y por los suyos, pero no a costa de los demás, sino de la mano de los demás.

Es este sentido, podemos decir que las tendencias humanas que se oponen a la solidaridad no son sólo negativas, sino también antinaturales; son señales patológicas en una persona que no reconoce la dignidad de la persona humana ni se ha dado cuenta, ciego de avaricia, de que todos somos verdaderamente responsables de todos. Así como la solidaridad nos humaniza; la falta de ella nos pervierte, nos hace negar nuestra propia naturaleza.

Oponerse a la solidaridad es oponerse a la naturaleza social del hombre, y equivale a afirmar que uno es autosuficiente, que no necesita de otros, que los otros no le merecen, que no le debe nada a nadie. No escuchar la llamada de la solidaridad es una acción que desvirtúa al ser humano para convertirlo en un ser solitario y egoísta, fuera de la realidad; profuso para exigir, pobre para ofrecer. Querer olvidar la solidaridad y observar con los brazos cruzados las necesidades de los que nos rodean es un síntoma de un profundo egoísmo, una irreparable ceguera o una asombrosa ingratitud.
La solidaridad exige no ser confundida con un vago sentimiento de malestar ante la desgracia de los demás, pues si se queda en eso, ni une, ni hermana, ni desarrolla a las personas.

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