Mientras que reír se ha considerado siempre positivo; llorar ha sido percibido desde un punto de vista negativo y traumático. Se han resaltado mucho los innegables beneficios físicos y emocionales de la risa; pero poco se ha dicho sobre las bondades del llanto.
La risa solo recibe el veto de la dosificación, si una persona ríe en exceso cae en el riesgo de ser entendida como poco seria y perder unas buenas dosis de credibilidad, sin embargo el llanto viene arropado por un sinfín de limitaciones socio-culturales.
Es cierto que reír nos favorece, tanto física como emocionalmente: aumenta la circulación sanguínea, estimula el cuerpo y mejora nuestra salud, elimina el estrés y las tensiones, eleva la autoestima, aumenta la inteligencia y retrasa el envejecimiento, por citar algunas de las múltiples ventajas de la risa. Pero también llorar tiene sus ventajas; por ejemplo, permite eliminar adrenalina y noradrenalina (neurotransmisores que se segregan en exceso en las situaciones de estrés).
Por eso llorar es una suerte de mecanismo protector con el que contamos para preservar nuestra psique y nuestro cuerpo, tanto es así que llorar es mucho mejor de lo que hemos imaginado: evita enfermedades, permite que sobrellevemos situaciones dolorosas de mejor manera sin perder la razón y no solo expresa la necesidad de apoyo ante eventos que nos hacen infelices, por ejemplo, la gratitud y el afecto no tienen una expresión más profunda y sublime que el llanto honesto.
Los resultados de los estudios realizado por William Frey establecen que “llorar no sólo viabiliza el desahogo y la distensión de las emociones, sino que permite a una persona ver con claridad; pues las penas obstruyen el intelecto.”
Pero ante el llanto hay una gran diferencia de percepción entre hombres y mujeres, ya que a los primeros se les ha tiranizado y sometido culturalmente, para que no expresen su dolor o frustración de la manera más sana y natural (que es llorar), fomentando con ello las salidas emocionales destructivas que derivan en neurosis y actos violentos.
Estas consideraciones explican la razón por la cual es menor el número de mujeres que sufren de úlceras y ataques cardíacos. Los hombres, como desde pequeños se les advierte que “los machos no deben llorar”, se “tragan” sus emociones para no poner en entredicho su masculinidad; por eso aumentan su carga de estrés y esto afecta de manera sensible su salud.
Aunque las lágrimas han sido consideradas como signos de debilidad e inseguridad, en la actualidad se valora cada vez más el sentido que las emociones dan a nuestra vida y el papel esencial que desempeña el llanto emocional; tanto a nivel expresivo como a la hora de facilitar la liberación de distintas emociones, como el miedo, el dolor o la alegría.
El llanto es tan beneficioso para la salud como la risa, porque nos permite distraernos de las causas de nuestras angustias y fijar la atención en nuestros sentimientos; sintetiza y alivia el pesar humano; por eso, cuando sientas deseos de llorar, aunque previamente busques un lugar y momento adecuado, ¡llora!
La risa y el llanto son dos maneras de expresar emociones y están vinculadas con la presión sanguínea, la aceleración y detención de nuestra respiración, el enrojecimiento y la palidez de nuestro rostro e incluso el tono muscular. Ambas nos permiten descargar tensiones y poseen una función reguladora que crea circunstancias ventajosas para nuestro organismo.
La risa incide en el sistema endocrino para que este ordene al cerebro la secreción de una serie de hormonas tales como las endorfinas, que controlan el dolor; la adrenalina, que ayuda a estimular la imaginación; la dopamina, que favorece la actividad mental; y la serotonina, que posee efectos calmantes y disminuye tanto la ansiedad como el hambre.
El llanto emocional (no el provocado por el dolor físico), cumple una función vital en el desarrollo humano. Las reacciones químicas propias de las lágrimas activan determinadas hormonas que producen efecto tranquilizador beneficioso para el organismo, al eliminarse ciertas sustancias depresoras producidas por la sensación de tristeza.
Y fisiológicamente no hay tanta distancia entre la risa y el llanto. ¿Quién no ha terminado llorando, alguna vez, por un ataque de risa? Jajaja…
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