El otro día participaba en un debate, en el que como en cualquier debate que se precie, se acabó polarizando en dos claros y opuestos puntos de vista.
De una parte, los defensores de la teoría de que los “cuentos populares” conllevan una serie de violencia a través de un elevado número de “crueldades” gratuitas y nada aptas para el desarrollo emocional del niño.
De la otra parte, se encontraban los defensores de la tesis de que la literatura infantil estimula la fantasía del niño y cumple una función terapéutica, la crueldad de los cuentos debe ser tratada con un sentido crítico, ya que no vivimos en un paraíso sino en un mundo lleno de injusticias y tragedias y los niños forman parte de él.
De la misma forma que estoy convencido que pocas cosas hay que se las pueda considerar absolutas, estoy convencida que en las dos teorías habrá aspectos ciertos, no obstante, no tengo inconveniente en admitir que mi postura está más cercana a la primera de las expuestas.
Para Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, la fantasía es un medio que le permite al niño cumplir con un deseo frustrado, como si la fantasía fuese una suerte de corrector de la realidad insatisfecha. De este mismo modo, la lectura de los cuentos populares, al influir en su mundo inconsciente, le permite elaborar los conflictos internos y resolverlos en un plano consciente.
Los defensores de los cuentos argumentan que si bien es cierto que el niño experimenta angustia mientras lee “Caperucita Roja”, es también cierto que siente una enorme satisfacción cuando sabe que Caperucita es liberada por el cazador, quien da muerte al lobo feroz. Una sensación parecida le causa la lectura de "Cenicienta", una adolescente que sufre el desprecio de la madrastra y las hermanastras, hasta el día en que se le aparece un hada que la ayuda y un príncipe que la convierte en su esposa.
En el cuento de “Blancanieves”, la madrastra perversa, que siente celos y envidia por la juventud y belleza de su hijastra, ordena a uno de sus súbditos quitarle la vida. Pero éste, en lugar de consumar el crimen, la abandona en el bosque, donde Blancanieves se refugia en la cabaña de los siete enanitos, hasta el día en que su madrastra, disfrazada de bruja, le da de comer una manzana envenenada. Cuando Blancanieves yace en el féretro de cristal, lista para ser sepultada por los siete enanitos, aparece el príncipe que la resucita con un beso y se la lleva a vivir en su castillo.
Y es que las escenas de “crueldad” se repiten una y otra vez en los cuentos populares. Así, en “Pulgarcito“, el ogro quiere degollar y comerse a los siete hermanos, del mismo modo como la bruja quiere matar y comerse a “Hansel y Gretel” en la casa de chocolate. Para la teoría defensora, en ambos cuentos, aparte de que la monstruosidad humana está simbolizada en el ogro y la bruja (enemigos temibles), la inteligencia infantil está encarnada por los protagonistas menores que se libran de una muerte atroz y retornan a sus hogares, donde son recibidos por sus padres con la esperanza de vivir felices por el resto de sus días.
“Barba Azul”, quien degüella a sus esposas la primera noche de bodas. A la última de ellas le entrega una llave, que tiene una huella indeleble de sangre, y le advierte no abrir la puerta prohibida de la habitación secreta. Pero ella, sin resistir a la tentación de la curiosidad y desoyendo las advertencias, abre la puerta prohibida y encuentra, en medio de una escena bañada de sangre, los cadáveres de las anteriores mujeres de Barba Azul, quien, luego de sorprenderla delante de la macabra escena, la condena a morir como a sus predecesoras por el simple hecho de haberle desobedecido. Y, aunque al final el esposo-monstruo recibe el castigo que se merece, no es seguro que el niño se sienta completamente aliviado.
El tema del esposo-monstruo, los reyes o príncipes encantados, es frecuente y recurrente en los cuentos populares, en los cuales aparece un personaje convertido en animal o monstruo por actos de hechicería, como en “La Bella y la Bestia”, “El cerdo encantado” o “El rey sapo”.
Las escenas de violencia en los cuentos populares confirman la regla de que nadie está libre de esta conducta negativa que forma parte de la personalidad humana, y que, por mucho que los censores tiendan a eliminar la violencia en los cuentos infantiles, los niños seguirán exigiendo que se los lean, una y otra vez, las escenas “crueles” en Cenicienta, Blancanieves o Caperucita Roja.
Lo mismo sucede con las películas de dibujos animados infantiles, calificadas como aptas para todo público, tienen una altísima dosis de violencia que va en aumento con el paso de los años.
Un grupo de prestigiosos investigadores de la Escuela de Salud Pública de Harvard citan diversos ejemplos puntuales: desde "Bambi", en la cual la madre de Bambi es abatida, hasta "El Rey León", cuando el Rey Mufasa es asesinado.
Desde siempre, la violencia en los dibujos animados fue utilizada con fines cómicos ("Tom y Jerry", "El Correcaminos"), pero este in-crescendo puede desembocar en una insensibilidad extrema en los chicos, que ya consideran algo normal pegarle a un adversario en la cabeza con un martillo. Y los padres, por otra parte, confían en que los filmes de Disney, por citar un ejemplo, son educativos y didácticos.
No sé si esta será o no la razón de que pasemos nuestra vida convencidos de estar rodeados de ogros, brujas, madrastras y lobos, mientras soñamos con la llegada de ese príncipe o princesa (nuestro mejor sueño), que nos traiga la felicidad anhelada, pero a lo mejor algo tiene que ver.
No hay comentarios:
Publicar un comentario