Esta mañana cuando me he levantado, sobre las 8,30 hs aproximadamente, he notado en mi cara los cálidos rayos de un brillante sol que iluminaba intensamente toda mi cocina, esa calidez y esa alegría me han animado a prepararme un copioso desayuno, al menos más abundante de lo habitual y cuyos detalles omitiré, y a sentarme tranquila y plácidamente, delante de la ventana, ante tan apetitoso surtido matinal.
Para evitar caer en la tentación de pensar que la perfección existe y que sencillamente no todo es maravilloso, he encendido la “tele” con el ánimo de oir las noticias, aun convencido de lo descorazonadoras que últimamente resultan, sin embargo, ha coincidido que en ese momento estaban hablando sobre el desarrollo de un “taller pedagógico” y otras actividades didácticas; sin duda mi vinculación a la formación y desarrollo profesional durante muchos años de mi vida laboral y de forma intensiva y exclusiva en los últimos ocho, me han hecho pensar y verbalizar en voz alta un ¡JO, QUE ENVIDIA! Estaba solo por lo que nadie me había oído, sin embargo he sentido la necesidad de rectificar y justificarme ante mí mismo y de la misma manera y de nuevo en voz alta también he verbalizado ¡HABLO DE ENVIDIA SANA, CLARO!
Después de decirlo he sentido una rara sensación, ¡No puede ser!, ¡No hay envidia sana!, ¡La envidia es envidia y por tanto no puede ser sana!, está claro que una vez más he utilizado pobre o inadecuadamente el amplio, completo y preciso lenguaje del que disponemos.
La envidia puede tener su base en el deseo de poseer algo que otro posee, o en la rabia o tristeza que despierta la felicidad, de otro, por la posesión de algo sea material o inmaterial. Y es que la envidia no es como el colesterol que al parecer lo hay bueno y malo, si es envidia es mala y si no es mala no es envidia, será otra cosa.
En mi opinión ¡Envidia sana!, hemos de sustituirlo por “ADMIRACIÓN” que no es sino, el sentimiento o emoción de contemplar o considerar con estima o agrado especiales a alguien o algo que llaman la atención por determinadas cualidades o particularidades.
La distancia entre admiración y envidia (aunque la apellidemos sana) es enorme, por ejemplo:
La admiración es la capacidad de asombro que manifestamos ante el éxito de los demás; la envidia es el dolor profundo que nos corroe y enferma ante el triunfo ajeno.
La admiración es la facultad superior que solamente poseen quienes aprenden de los triunfadores; la envidia es la característica principal de los soberbios y constante permanente de los mediocres.
La admiración es el éxtasis sublime ante lo desconocido, sentimiento que alimenta al descubridor y alienta al investigador; la envidia lo explica todo con una simplicidad aberrante y con una lógica sin sentido.
La admiración aprecia el esfuerzo y la tenacidad sincera; la envidia descalifica el sacrificio y la entrega, justificando el éxito como producto de la casualidad o la buena suerte.
La admiración estimula al ser humano para aprender, emular y luchar, lo reta, lo anima, lo ennoblece; la envidia es la madre del resentimiento, un sentimiento que no busca que a uno le vaya mejor sino que al otro le vaya peor.
Debemos practicar los valores en nuestra vida diaria. El camino hacia los valores nos ayuda a contemplar un gran crecimiento personal, así podremos participar muy conscientemente en transmitir, en formar, y orientar a otros seres humanos.
¡No confundas envidia con admiración (aunque la apellides sana)! Cambia tu lenguaje y así, poco a poco, podrá cambiar incluso tu subconsciente.