RICOBLOG

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lunes, 30 de enero de 2012

DÍAS DE PLOMO, DÍAS DE LUZ

 
Hace unos días me llegó el texto de un amigo (gracias Carlos), con quién además tuve el privilegio de compartir la certificación de Coaching Ejecutivo en la Escuela Europea de Coaching. Textualmente decía:



“Cuando piensas en un día gris, lluvioso, frio y desapacible, puede que te sientas emocionalmente “abajo”. Posiblemente no puedas pensar en términos positivos de días así.

O, puede ser que incluso anheles uno de esos días, con un buen libro, un buen fuego, una bebida caliente y nada de otras obligaciones o compromisos.

Para ti, entonces, un día gris pasa a ser un día dichoso.

Un día es lo que tú haces de él.

¿Puedes encontrar un Día Dichoso para todos tus días grises?”

Un texto breve y sencillo pero de gran calado, lo que me empuja a compartirlo junto con las reflexiones que me ha provocado. Lo primero de todo fue hacerme algunas preguntas: ¿Son los tipos de día los que marcan nuestro ánimo, o es nuestro estado de ánimo el que marca nuestros días?, ¿Todos los días con cielo plomizo me atenazan?, ¿Todos los días con cielo luminoso me ilusionan?, ¿Me inspiran y seducen los días otoñales?, ¿Me aletargan los días primaverales o estivales?

De pronto me vi como el mar, sometido a los vaivenes de las mareas: a veces alta, a veces baja, y desde luego no creo que, en el caso de las personas, se deba a las fuerzas gravitacionales que ejercen la luna y el sol, sino a flujos y reflujos puramente emocionales que conducen a considerar un día dichoso o desdichado “por yo que sé qué razones”.

Lo cierto es que los días dichosos parecen más breves, que se te escurren entre los dedos, como si pretendieses coger el agua de la pleamar cuando el mar inicia su bajamar. ¡Los días dichosos pasan!, y es lo peor de esos días, sabes que sucederá pero odias que así sea. Sin embargo, los días desdichados nos parecen interminables, días de reloj perezoso en los que sus manillas parecen negarse a avanzar conforme al ritmo convenido, no obstante, a pesar de todo también pasan. La diferencia entre unos y otros días es qué, mientras los días dichosos nos dejan la sensación del deseo de volver a experimentarlos, los desdichados nos invaden con el temor de su nueva presencia.

Si dejamos que la vida nos maneje, estaremos permanentemente sometidos a cambios tan bruscos, como el de pagar el peaje de días sin luz, para disfrutar de aquellos en los que la alegría nos ilumina. Todo apunta a que no es posible erradicar de nuestras vidas días desdichados, solo nos queda la posibilidad de vacunarnos emocionalmente; una vacuna que no nos proporcionará la inmunidad, pero que aliviará los síntomas de desgana vital, propio de esos días desafortunados.

Los días dichosos, otros algo menos dichosos y los días desdichados, pasan. Sin solución de continuidad los días no se quedan con nosotros y cada día deja paso al siguiente, por ello es recomendable recordar que después de un día desdichado acabará llegando un día dichoso, luminoso, mágico y lleno de esperanza.

Mi receta: Fortaleza y templanza para afrontar los días desdichados y sano egoísmo para disfrutar de los días dichosos.

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