No hace mucho, no recuerdo si escuché o leí una sentencia, de tampoco sé quién, pero me desagradó profundamente, decía: “La primera parte de nuestra vida nos la destrozan nuestros padres, la otra parte nos la destrozan nuestros hijos”. Entre los significados de destrozar podemos encontrarnos con términos como: Despedazar, destruir, aniquilar, causar gran quebranto moral, etc. Al final la frase me sonó a arma de destrucción masiva, lo que provocó en mí un rechazo total, aunque me empujó a algunas reflexiones.
Recordé como de niño llegué a pensar que ser hijo era el papel más ingrato de los que hay que desempeñar en esta vida, siempre sometido a las injustas y caprichosas órdenes de mis padres: ¡lávate las manos!, ¡no te subas ahí!, ¡no juegues con eso! Unas veces obedecía y otras no, pero en uno y en otro caso sin dejar de refunfuñar; y cuando quería algo, a mis ¡necesito!, ¡quiero!, ¡deseo!, siempre obtenía las mismas respuestas: ¡no!, ¡espera!, ¡no se puede! A medida que los años me acercaban a la adolescencia mis sensaciones se aproximaban a sentimientos de injusticia. Uf ¿Cómo podían hacerme eso mis padres?
Con los años se fueron apaciguando mis frustraciones y aunque confieso que algunas negativas me dejaron un sabor amargo, me ayudaron a entender que no todo lo que estaba a mi alrededor podía estar a mi alcance, a mis propios padres les sucedía lo mismo, pero eso tardé algunos años más en comprenderlo y que a veces un “no”, aunque fuese necesario, podía resultar para ellos tan incómodo o doloroso, cómo para mí desesperante. Hoy puedo afirmar que ser hijo es la etapa más apacible y confortable en la existencia de una persona, la pena es tardar tanto en ser conscientes de esa realidad.
Lo cierto es que nadie estudia para ser padre, pero salvo raras y censurables excepciones, cuando llega ese momento, las personas se esfuerzan por hacer lo mejor para sus hijos, por ello, ahora que el curso de la vida me ha privado de la condición de hijo, espero haber sido capaz de ayudar, comprender, honrar y querer a mis padres como agradecimiento a sus permanentes esfuerzos.
En la actualidad soy padre de tres hijos que ya hace tiempo que superaron la adolescencia y en su desarrollo he procurado emular la conducta de mis padres quienes de una u otra manera consiguieron hacerme entender que la mayoría de las cosas se consiguen con esfuerzo, dedicación, paciencia y constancia en la “lucha” diaria. No solo no han destrozado mi otra parte de la vida, sino que día tras día logran que me sienta una persona plena y orgullosa de sus hijos.
Afortunadamente nadie es perfecto, por lo que siempre en cualquier relación entre padres e hijos, aparecen tensiones y momentos de desencuentro, al fin y al cabo todos actuamos desde nuestras creencias dejando aflorar nuestras costumbres y no existen dos personas, por próximas que sean, que presenten mapas mentales coincidentes. En situaciones así son el respeto y la tolerancia los valores que más nos pueden ayudar, y las tensiones y momentos de desencuentro lo que nos ha de permitir crecer como personas.
(Con todo mi amor a quienes fueron mis padres y a quienes son mis hijos).
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