La vida siempre me ha parecido como un viaje sin destino definido, o cuando menos con un destino sujeto en gran medida a la voluntad propia y por tanto ajustable a lo largo de su itinerario, un viaje en el que no importa ni el punto de partida ni el destino, lo realmente trascendente es el recorrido. Se trata de un viaje de viajes, un viaje exterior que nos pone en contacto con nuevos contextos y situaciones que nos harán vivir nuevas experiencias, y un viaje interior que posibilita la toma de conciencia de uno mismo y el universo del que formamos parte. Juntos dan forma al “Gran viaje”.
El “Gran viaje” integra cada uno de los fragmentos de nuestra vida, todo aquello que nos conduce hacia las metas que nos guían y a través de las habilidades que ponemos en juego para alcanzarlas. La dimensión de nuestro equipaje no está sujeta a límites y podemos incorporar, en todo momento, cualquier nueva capacidad con solo considerar que nos reportará algún tipo de utilidad a lo largo del trayecto que vamos a recorrer.
Desde luego no se trata de un viaje en solitario, durante el trayecto vamos a coincidir con muchos otros pasajeros, unos se subirán antes que nosotros, otros lo harán después, algunos bajarán antes que nosotros y nosotros lo haremos antes que muchos de ellos que continuarán su “Gran viaje” y es que los destinos en espacio y tiempo son personales. Sin embargo, nuestro enriquecimiento personal va a depender en gran medida de nuestra actitud respecto al resto de pasajeros con los que vayamos coincidiendo.
Durante nuestro recorrido vamos a gozar de un importante potencial, el control en la determinación de cómo llevarlo adelante: decidiremos a quién acercarnos, el grado de receptividad hacia quién decida acercarse a nosotros, juzgar o no a los demás por su apariencia o franquear el conocimiento mutuo mediante la conversación, una conversación abierta, sincera y libre de prejuicios. En definitiva, gozamos de muchos elementos para orientar nuestra travesía, para mantener el control durante nuestra ruta.
Al final, el “Gran viaje” solo merecerá el prefijo “Gran” si disfrutamos de él, si recordamos que da igual el origen y el destino y que lo realmente importante es que durante el trayecto disfrutemos del paisaje y de la compañía:
Conversemos, amemos, compartamos, discrepemos y sobre todo permitamos nuestras emociones, no nos empeñemos en dormirlas o disimularlas, o las gestionamos o nos gestionarán ellas.
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