Tras observar conductas claramente ilegales, que realizaban unos y otros, al margen de la ley, buscando claramente lucrarse con ello, se despertó mi alma de proscrito, desterrado de la norma. ¡Sí yo también quería hacerlo! Decidí ganar dinero al margen de la ley, correr un cierto peligro y desafiar el orden y autoridad establecidos. Esa noche deseaba comportarme como un delincuente.
¿Por dónde empiezo? ¿Cómo se hace? Evidentemente carecía de entrenamiento, ni siquiera tenía conocimiento del método, solo me quedaba mi capacidad de observación. Ver lo que hacían y como lo hacían. Enseguida identifiqué conductas que me parecieron claves: La mercancía en ramplonas bolsas de plástico y la ubicación en zonas de fácil evasión ante una eventual presencia policial, por ejemplo junto a entradas de bocas de Metro.
Tenía las claves y tenía la decisión, solo tenía que pasar a la acción, pensé que sería una buena idea iniciarme con una operación no excesivamente ambiciosa para desarrollar mis primeras prácticas, por lo que me dirigí a un pequeño comercio de la zona y adquirí un pack de seis latas de cerveza que junto a la ramplona bolsa que me proporcionaron me costó algo menos de tres euros y medio, por lo que si vendía cada lata a un euro ganaría dos euros y medio, se que puede no parecer mucho pero eran mis primeros pasos en la venta ilegal y esto me estimulaba.
Decidí entonces acometer el delito y obtener mis primeros y “pingües” beneficios; elegí la boca del metro, decidí por qué calles correría si fuera necesario, mientras sujetaba las cervezas dentro de la bolsa, con una cada vez más sudorosa mano. Noté como mi cuerpo se debatía entre la euforia y la parálisis, hice mis primeros movimientos y cada vez que me disponía a ofrecer una cerveza acababa pidiendo la hora.
Aquello no tenía ningún sentido, o hacía algo o terminaría inmerso en la más profunda de las frustraciones ante la cada vez más próxima rendición de mi épica e ilegal aventura. Saqué dos latas de la bolsa y me acerqué a una pareja a quienes se las ofrecí por un euro cada una, antes de que me diera cuenta el había cogido ambas latas entregándome los dos euros.
¡Ufffhhhh! Qué subidón de adrenalina, oía mi propio corazón que parecía querer salir del pecho, por fin lo había hecho, había iniciado mi clandestino negocio; me sentía tan eufórico que no percibí que una pareja de policías se me acercaba mientras uno de ellos me preguntaba por lo que llevaba en la bolsa, aun no sé cómo, pues estaba “cagao” pero conseguí balbucear que llevaba unas cervezas que acababa de comprar porque unos amigos vendrían a casa, tal vez mi cara de pardillo le llevó a decirme: disculpe, pero es que por aquí hay demasiado “trapicheo”, continúe con su camino.
Llegué a casa e hice balance, las cervezas me habían costado tres euros y medio, había recuperado dos euros en mi triunfal venta y el taxi que cogí al querer desaparecer de la escena del crimen, lo más deprisa posible, me había costado 11 euros.
Me bebí las cuatro cervezas que me habían sobrado prácticamente de un trago; no estaba mal del todo, por tan solo doce euros y medio había cogido un “pedo de cuidado” y un severo dolor de cabeza para el día siguiente.
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