RICOBLOG

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sábado, 3 de septiembre de 2011

"LOS REFRANES DE MAMÁ"

Como nos recuerda Torrente Ballester: “La experiencia de la vida no es uniforme ni coherente; a veces, sus conclusiones son contradictorias, y los resúmenes en que se expresan como por ejemplo los refranes, llevan el mismo color, a veces blanco, a veces negro, de tal manera que para la misma situación o el mismo suceso podemos encontrar el sí o el no, según convenga”.

Su valor cultural confiere al refrán un valor temporal y es que los refranes pueden perder eficacia cada vez que las cosas de este mundo cambian y adquieren para quienes las viven con un sentido distinto, otra orientación.
Quizás por ello en los refranes no debamos buscar verdades universales sino verdades por defecto, o sea aquellas que nos permiten inferir en modo: “en ausencia de información contraria, es lícito suponer que…”. Tal relativismo puede ser inaceptable para quienes ven la realidad blanca o negra, aunque luego no sepan qué hacer con los grises, tan abundantes por otra parte.
Todo esto nos lleva a los denominados refranes contradictorios, o al menos que parecen serlo, ¿Realmente lo son? Lo que sucede aunque generalmente nos neguemos a verlo, es que la realidad es muy variada y, con frecuencia, contradictoria, por lo que tan válido es un refrán que afirme una cosa, como otro que la niegue. La realidad permite ambos juicios; además estos refranes contradictorios nos proporcionan una capacidad de respuesta cómoda e inmediata, con un argumento tan discutible o indiscutible como la interpelación recibida, por ejemplo si alguien me objeta: “Al que madruga, Dios le ayuda”, yo podría responder: “No por mucho madrugar amanece más temprano”
Podría seguir desgranando aspectos sobre el valor cultural, objetivo, ético, comunicativo, estético y didáctico de los refranes, pero creo que con los párrafos precedentes y algunos ejemplos de refranes contradictorios (al menos en apariencia), cada uno puede obtener sus propias conclusiones:
“Más vale pájaro en mano que ciento volando” / “El que no arriesga no gana”.
“No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” / “Más vale tarde que nunca”.
“A la mujer fea, el oro la hermosea” / “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.
“Las apariencias engañan” / “La cara es el espejo del alma”.
“A grandes males, grandes remedios” / “A veces el remedio es peor que la enfermedad”.
“De tal palo tal astilla” / “De padres cojos, hijos bailarines”.
“Dime con quién andas y te diré quién eres” / “El hábito no hace al monje”.
“Genio y figura hasta la sepultura” / “A buey bravo, échale años”.
No obstante, aun admitiendo que hay refranes contradictorios, no deben confundirse con los aparentemente contradictorios, como sucede con el ejemplo que antes hemos utilizado: A quién madruga, Dios le ayuda y No por mucho madrugar amanece más temprano. “A quién madruga, Dios le ayuda” nos advierte de que la buena diligencia suele ayudar a tener éxito en las pretensiones, mientras que “No por mucho madrugar amanece más temprano” significa que no sirve de nada querer anticipar cosas que tienen que ocurrir en un tiempo definido; por tanto tras su formulación, aparentemente contradictoria, lo que hay son orígenes y significados diferentes.
La variedad del refranero está, pues, determinada por la riqueza y variedad de la realidad misma sobre la que se basan y además por la variedad de opiniones sobre esa múltiple realidad, como queda muy bien ilustrado en el refrán de Sancho Panza: “Pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otros que es negro”. O aquel referido a la psicología española que sentencia: “Tres españoles, cuatro opiniones”.
En fin, siempre que hablo, leo o escribo sobre refranes no puedo evitar el recuerdo de mi madre, de ella viene mi afición a tan rica fórmula de expresión popular, ¡Para todo tenía uno! Me propuse rivalizar con ella en el arte del refrán, pero sin que ella lo percibiera me vapuleaba una y otra vez, y es que el uso sistemático y escogido de refranes los transforma de simples fórmulas sintéticas en una filosofía de vida; lo que me hizo cogerle un especial cariño a uno de ellos, concretamente al que dice: “Quién a buen árbol se arrima…” Bueno, todos sabéis como termina.

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