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lunes, 19 de septiembre de 2011

RESILIENCIA

Es una palabra que confieso que me cuesta mucho recordar para poder pronunciarla correctamente, tanto que creo que voy a desistir. Aun recuerdo los esfuerzos que realicé, en mi adolescencia, para dominar expresiones como “esternocleidomastoideo” o “supercalifragilisticoespialidoso” ¿Y para qué?, la primera  vez que las utilizabas tratando de impresionar a alguien, te quedabas “con dos palmos de narices” y es que todo el mundo las conocía, dominaba y pronunciaba correctamente, incluso algunos eran capaces de hacerlo de atrás hacia adelante, es decir, al revés, ¡Un desastre vamos! Por ello ahora me aferro a palabras como amor, amistad, honestidad, compromiso, etc., que si bien es cierto que resultan fácilmente pronunciables, a la vez no todo el mundo conoce su verdadero significado, o lo que exige practicarlo.

Pero volviendo a nuestro dichoso término de “Resiliencia” encima resulta tener varios significados según el contexto en que se utilice: Por ejemplo en ingeniería es una magnitud que cuantifica la cantidad de energía por unidad de volumen que almacena un material al deformarse elásticamente debido a una tensión aplicada; en ecología es la capacidad de las comunidades de soportar perturbaciones y en psicología es la capacidad de las personas de sobreponerse al dolor emocional para continuar con su vida, de tal forma que cuando una persona es capaz de hacerlo podemos decir que tiene una resiliencia adecuada, que puede sobreponerse e incluso que sale fortalecida de los contratiempos. Es en este último contexto en el que deseo que nos situemos.

En los momentos en que irremediablemente hemos de afrontar situaciones difíciles o de conflicto, aparecerán simultáneamente una serie de sentimientos o emociones que nos costarán, más o menos, gestionar; con algunas de esas emociones nos sentiremos más o menos familiarizados como pueden ser el caso de la tristeza o la ansiedad, sin embargo, otras pueden causarnos extrañeza e incluso rechazo, este sería por ejemplo el caso de la vulnerabilidad.

Desde niños hemos crecido bajo la cultura de “tenerlo todo bajo control” por lo que si emocionalmente percibimos una disminución de nuestra capacidad de control, automáticamente nos sentimos mal, como indefensos; no hemos sido capaces de aprender que se puede ser fuerte y vulnerable a la vez, lo que nos lleva a que si entendemos que hemos de decidir entre una u otra característica, generalmente nos inclinaremos por la fortaleza.

Pero la fortaleza no consiste en cerrar los ojos ante nuestras debilidades o flaquezas para ignorarlas, sino en reconocerlas y afrontarlas, ya que no hay nadie más fuerte que el que conoce bien su debilidad y ha hecho las paces con ella.

Es responsabilidad, de todos y cada uno de nosotros, el que la vulnerabilidad pase a verse como algo natural y no solo como un signo de debilidad o estupidez.


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