La intimidad es el
aspecto más personal y privado del ser humano, es un derecho fundamental que en
muchos países es protegido incluso “constitucionalmente” y que otorga a la
persona un espacio de privacidad en el que se contienen comportamientos,
acciones, expresiones y valores que no se desea pasen a formar parte del
dominio público.
Pero en un ámbito,
tal vez más místico, podríamos hablar de la zona espiritual íntima de una
persona. Esta acepción de intimidad comienza por no tener miedo ni a la soledad
ni al silencio ¡Soledad hacia fuera y silencio hacia dentro! Una y otro son el
abono preciso para un adecuado desarrollo de vida interior, pero hacerlo tiene
una gran dificultad a vencer, te coloca frente a ti mismo, sin testigos y ante
la posible tentación del autoengaño, una ayudita a sentirte mejor, al fin y al
cabo nadie se va a enterar.
La verdadera
intimidad nos permite una sincera conexión con nosotros mismos y, si como
afirmaban grandes humanistas la clave de todo está en el interior de la
persona, dicha conexión nos pone en contacto directo con nuestra verdadera
identidad, con nuestro “ese soy yo”, lo que exige de fuertes dosis de voluntad
y determinación pues no es menos cierto que no siempre es de nuestra satisfacción
lo que vemos al mirar hacia dentro.
Creo que la
intimidad es la única y verdadera puerta hacia “el saber”, que establece una
sensible distancia con respecto al conocimiento; conocer es un aprendizaje que
proviene de aspectos externos a nosotros, son datos sobre cómo son las cosas
pero no modifican nuestro comportamiento si no damos un paso más, ese paso
supone atravesar el umbral de la intimidad, transformar el conocimiento teórico
en un conocimiento práctico que nos dicta como deseamos hacer esas cosas.
Los verdaderos
motores de nuestra conducta surgen de nuestro interior y a ellos solo llegamos
mediante la intimidad, esto es lo único que nos hace realmente fuertes, la
solución no es disfrazar lo que hemos descubierto de nosotros que no nos gusta o
que nos incomoda, la solución es qué y cómo modificarlo, se trata de hacer
prevalecer el “ese soy yo” frente al “así me muestro yo”.
Las cosas realmente
importantes de tu vida te sucederán desde ti, no las esperes desde fuera, cuida
tus energías, tus metas, tus motivaciones, tu felicidad…; la mejora de nuestra
capacidad de reflexión y con ella la de relacionarnos con los demás se
encuentra en estrecha relación con nuestra capacidad de reconocer y aprovechar
nuestra intimidad.
En la actualidad,
probablemente a consecuencia de la proliferación de las redes sociales, se vive
un episodio opuesto y son múltiples las personas que desean compartir detalles
de su intimidad, sin reparos, enajenando o publicitando aspectos sobre sí
mismos, costumbres, gustos, fotografías, forma de vida, etc. La cuestión es que
esta información voluntaria se vende como una apertura de la privacidad, pero
lo que ofrece es una “realidad virtual” y aquí se abren dos caminos: O estamos
mostrando lo que nos gustaría ser y no lo que somos o estamos concediendo
permiso a la invasión personal.
Conviene recordar
que la verdadera intimidad requiere de soledad y silencio, que ha de ser
reservada para uno mismo, la vida interior no se muestra con información, ha de
ser canalizada y expuesta en forma de ser y actuar. No obstante, dado que el
ser humano también descubrió hace tiempo la falta de escrúpulos, las nuevas
tecnologías parecen exigir un repaso de la legislación relativa a la
privacidad, sea en el ámbito que sea.
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