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domingo, 3 de marzo de 2013

¿HACE EL DINERO LA FELICIDAD?



¡El dinero no hace la felicidad! Una expresión que seguro todos hemos utilizado alguna vez y que hemos escuchado en múltiples ocasiones, una frase cuyo origen se pierde en el tiempo y de la que desconocemos si la soporta algún fundamento científico, o simplemente es una especie de bálsamo para todos aquellos que piensan, o pensamos, que sería preferible poseer algo más, ya sea en el ámbito material o en el emocional.
Curiosamente parece que una vez más la sabiduría popular, que suele transmitirse mediante refranes y proverbios, toma carta de naturaleza fortalecida por el resultado de diferentes estudios e investigaciones, que llegan a conclusiones del tipo: “El dinero con el que se puede adquirir aquello que deseas, ir a donde quieras e incluso disfrazarte tras la vestimenta de la opulencia, puede provocar satisfacción pero no mayor felicidad”. En el poso de esas conclusiones parece latente el hecho de cierta dificultad para apreciar los aspectos y placeres más simples de la vida, precisamente los que se encuentran en tantas y tantas pequeñas cosas.
Sin embargo, creo que estamos ante una cuestión poliédrica de múltiples aristas que dificulta el posicionarse en términos absolutos sobre si el dinero da o no la felicidad; en principio el dinero es un medio para adquirir bienes y servicios, pero la motivación de disponer de él puede ser muy diferente en función de la situación de partida de cada uno. Aunque puede haber más a mí se me ocurren al menos tres:
Si eres alguien con dificultad para pagar la hipoteca de tu vivienda y difícilmente llegas a final de mes sin adquirir alguna que otra deuda, una mejora en los ingresos, aunque sea leve, sin duda puede conllevar una agradable sensación de felicidad.
Si tu situación es la de poder atender con justeza todos tus gastos corrientes, pero sin poder permitirte ciertas licencias que en otros tiempos te eran posible, lo natural es que ante un pequeño aumento de recursos experimentes una sensación que tal vez no te colmará de felicidad pero te proporcionará cierto grado de satisfacción.
La tercera situación se corresponde con quienes han entendido el dinero como un fin y no como un medio, un camino para alcanzar una cota de poder desde el que esperan acumular aún más dinero, para ellos una disminución de su renta que pueda cercenar ese estatus o “prestigio” alcanzado supondrá un estado de infelicidad con independencia de que su patrimonio siga siendo más que saludable.
Sin embargo, creo que esta reflexión solo es válida a partir del umbral en el que la persona tenga cubiertas sus necesidades básicas, alcanzando un mínimo de bienestar económico que le posibilite un hueco “decente” para vivir en comunidad. Para los que viven con cierta holgura probablemente no sea el dinero lo que les proporcione cierta euforia y bienestar, pero para aquellos que se encuentran en una dura y a veces desesperada pelea, de forma permanente, para que los suyos no padezcan determinadas carencias, el dinero puede representar una felicidad que aunque sea simplemente tibia y armoniosa, a la postre resultará gratificante.
Después de todo esto estoy dispuesto a admitir que ciertos accesos de felicidad pueden surgir a causa del dinero, pero ésta tendrá un carácter temporal y por tanto fecha de caducidad y es que la felicidad no es una meta sino un proceso, lo que nos ha de llevar a evaluar la posibilidad de nuestros logros y no centrarnos en el tener o no tener. El aumento de ingresos sí puede conducir a una felicidad creciente, pero también depende de si eres optimista, no tiene los deseos por las nubes, y eres realmente capaz de alcanzar más cosas. Los ingresos económicos son útiles, pero sólo en ciertas circunstancias.
Cómo dijo Woody Allen. “El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia”.

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