La comunicación no
solo es necesaria sino inevitable, ¡carecemos de la facultad de “no comunicar”,
siempre lo hacemos! Y dado que sabemos que cuando comunicamos, en mayor o menor
medida influimos en los demás, no es posible no influir; cae por tanto bajo
nuestra responsabilidad elegir la forma en que decidimos hacerlo; dueños y
señores de nuestra decisión también somos acreedores de las consecuencias que
nos pueda reportar.
La persuasión con
demasiada frecuencia se relaciona o vincula con la manipulación y aunque puedo
llegar a admitir cierta coincidencia en destino, niego su paralelismo en el
proceso o medios utilizados para alcanzarlo. Es cierto que ambas posturas
procuran inducir o promover hacia una creencia o hacia la decisión de hacer
algo, pero mientras la persuasión lo persigue mediante argumentos y razones, la
manipulación lo pretende de forma habilidosa y a veces con medios arteros y
distorsión de la verdad al servicio de un interés particular.
Un diálogo
persuasivo posibilita el desplazamiento de nuestro interlocutor a posiciones
más flexibles, a nuevos y diferentes puntos de vista, a considerar lo que hasta
ese momento no había considerado, para ello hemos de fundamentar nuestro
diálogo en hacer preguntas en lugar de afirmaciones, preguntas sencillas y
estructuradas de forma sucesiva y coherente; en palabras de Blaise Pascal: “Se
persuade uno mejor con las razones que haya por sí mismo que con aquellas que
provienen de otros”.
El perfil del
diálogo persuasivo ha de ser riguroso aunque no rígido, y sin olvidar la “gran
regla de oro”: Cada no más de tres preguntas es preciso parafrasear las
respuestas del interlocutor de tal forma que le permita reconocer como cierta
nuestra paráfrasis, sí no es así aparecerá un “NO” lo que resulta ser una señal
de que el ritmo o la dirección no son adecuados, recuperar de nuevo la sintonía
requiere volver a formular preguntas, escuchar atentamente las respuestas y
reconstruir nuestra paráfrasis hasta que el acuerdo de nuestro interlocutor sea
manifiesto.
Se trata de
favorecer la construcción de convicciones a través de preguntas formuladas con
acierto y no a base de contra-afirmaciones como si estuviésemos disputando un
partido de tenis, es preciso que el interlocutor sienta que está alcanzando
conclusiones propias o compartidas pero en ningún caso impuestas.
No seguir las
pautas del diálogo persuasivo nos llevaría a cruzar la delgada línea roja que
separa la persuasión de la manipulación, con lo que estaremos sustituyendo la
preocupación por mostrar posibles y diferentes horizontes, por la de que sea el
nuestro el único horizonte deseable. Persuadir es ayudar, lo que no deslegitima
obtener un beneficio propio. Manipular es alcanzar un beneficio propio como
único fin, incluso en perjuicio de quién nos lo proporciona.
Conozco defensores
de la manipulación, que la disfrazan de habilidad para convencer, habilidad que
yo digo es para “vencer” y, aunque no niego que puede proporcionar los
resultados pretendidos en el corto plazo, más tarde o temprano el manipulado
sentirá la traición y romperá con el vínculo de confianza que otorgó, confianza
que no resultará nada fácil de recomponer, por no decir imposible.
La pregunta es
¿Cuándo dialogas con posibles clientes, con tus hijos, con tu pareja o con
cualquier persona, persigues un triunfo inmediato de tu ego o una relación
estable? Tu respuesta es una decisión y tu decisión es un método: ¡Manipulación
o persuasión!
No hay comentarios:
Publicar un comentario