Era tarde, muy
tarde o al menos eso me parecía, la noche me mostraba su momento más oscuro e
inhóspito; lo cierto es que solo eran las seis de la tarde pero las calles
estaban prácticamente desiertas y llovía como nunca imaginé que podía llover y
no solo por la cantidad de agua que caía sino por la fuerza con que lo hacía, y
es que el término diluvio incluso me parecía corto. La sucesión permanente de
gotas eran como punzantes venablos que me golpeaban una y otra vez por todo el
cuerpo de forma dolorosa.
Soy consciente que
se me escapó alguna maldición un tanto subidita de tono que no voy a reproducir
por si estamos en horario infantil (al menos eso dicen en la “tele” después de
oírse un par de “tacos”).
De vez en cuando
era inevitable tener que cruzar algunas calles de pendiente más pronunciada que
las convertía en pequeños pero bravos ríos, provocando a mi paso esos
retorcimientos giratorios como remolinos juguetones y saltarines, pero que
maldita la gracia que te hacen y que se forman por la alteración de lo que han
convertido en su cauce natural y que nosotros enardecemos y agitamos con el
movimiento de nuestros pies.
Pero por si lo que
me estaba cayendo no fuese suficiente, desde un cielo con sus entrañas abiertas
de par en par como si pretendiese vaciarse en su totalidad, noté como el suelo
se mimetizaba y comenzaba como un géiser a expulsar en forma de surtidor nuevas
masas de agua que me anegaban desde los pies.
Afortunadamente
esta segunda sensación fue como una zozobra temporal al percatarme que provenía
simplemente de haber pisado una de esas baldosas traicioneras, una de esas que
en días secos pasan desapercibidas pero que en días de lluvia te reservan su
desagradable sorpresa si osas pisarlas, es como hacer surf sobre el pavimento y
no porque te deslices sino porque te empapas.
La zona por la que
transitaba no me ofrecía refugio alguno por lo que era preciso seguir adelante
y entre la cortina de agua que debía atravesar y dado que ya hacía unos minutos
que había prescindido de mis gafas por resultarme absolutamente inútiles, mi
visión cada vez me resultaba más dificultosa, mi mente también perdía claridad
y no entendía que una lluvia tan impetuosa y abundante mereciese el atributo de
“aguacero”, porque lo del “agua” vale, pero… ¿lo de “cero”?
Momentos después la
lluvia pareció amainar pero continué recibiendo sorpresas, árboles que me
recordaban que acaba de llover abundantemente, canalones y aleros generosos de
tejados pertenecientes a las casas junto a las que debía transitar y que me
obsequiaban con sus excedentes acuosos, charcos inadvertidos y nuevas baldosas
traicioneras que continuaban mostrando
su rencor a los transeúntes como si fuésemos los culpables de su inestable
existencia.
Tiritando y
empapado llegué por fin a casa, me cambié de ropa, sequé mi pelo y encendí la
chimenea, necesitaba desentumecer mi cuerpo y recuperar el sosiego, ese que
había perdido durante el desapacible baño que acababa de tomar.
La calma me llevó a
la reflexión y a reconocer la conveniencia de la aparente distribución
irregular de la lluvia, pero que atiende y satisface necesidades de primer
orden como la limpieza del aire de las ciudades, la humedad precisa para los
campos y plantas, el alimento para el caudal de ríos y pantanos, etc. En
definitiva un ciclo necesario para la vida, por lo que a pesar de la reciente y
poco gratificante experiencia, casi se me escapa la exclamación ¡Bendita
lluvia!
El acogedor calor
de la chimenea y los efluvios de la copa de vino que estaba degustando (un
Reserva de Dehesa de los Canónigos del que dicen que va a más con cada trago),
estimularon mi imaginación hasta visualizar pasajes de mi vida que bien podría
comparar con aguaceros inesperados, calles difíciles de cruzar, baldosas
traicioneras o canalones y charcos nada deseables, pero hoy soy consciente de
que todos ellos han sido elementos precisos y fundamentales en el ciclo de mi
crecimiento personal.
Esta vez no me
contuve y exclamé ¡Bendita lluvia! ¿Empapado? Sí, pero de sensaciones y
emociones positivas. Si la vida en general precisa de la lluvia, ¿En que puede
perjudicar a la mía en particular?
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