RICOBLOG

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miércoles, 13 de marzo de 2013

MIS QUIMERAS: "Un Tremendo Aguacero"



Era tarde, muy tarde o al menos eso me parecía, la noche me mostraba su momento más oscuro e inhóspito; lo cierto es que solo eran las seis de la tarde pero las calles estaban prácticamente desiertas y llovía como nunca imaginé que podía llover y no solo por la cantidad de agua que caía sino por la fuerza con que lo hacía, y es que el término diluvio incluso me parecía corto. La sucesión permanente de gotas eran como punzantes venablos que me golpeaban una y otra vez por todo el cuerpo de forma dolorosa.

Soy consciente que se me escapó alguna maldición un tanto subidita de tono que no voy a reproducir por si estamos en horario infantil (al menos eso dicen en la “tele” después de oírse un par de “tacos”).

De vez en cuando era inevitable tener que cruzar algunas calles de pendiente más pronunciada que las convertía en pequeños pero bravos ríos, provocando a mi paso esos retorcimientos giratorios como remolinos juguetones y saltarines, pero que maldita la gracia que te hacen y que se forman por la alteración de lo que han convertido en su cauce natural y que nosotros enardecemos y agitamos con el movimiento de nuestros pies.

Pero por si lo que me estaba cayendo no fuese suficiente, desde un cielo con sus entrañas abiertas de par en par como si pretendiese vaciarse en su totalidad, noté como el suelo se mimetizaba y comenzaba como un géiser a expulsar en forma de surtidor nuevas masas de agua que me anegaban desde los pies.

Afortunadamente esta segunda sensación fue como una zozobra temporal al percatarme que provenía simplemente de haber pisado una de esas baldosas traicioneras, una de esas que en días secos pasan desapercibidas pero que en días de lluvia te reservan su desagradable sorpresa si osas pisarlas, es como hacer surf sobre el pavimento y no porque te deslices sino porque te empapas.

La zona por la que transitaba no me ofrecía refugio alguno por lo que era preciso seguir adelante y entre la cortina de agua que debía atravesar y dado que ya hacía unos minutos que había prescindido de mis gafas por resultarme absolutamente inútiles, mi visión cada vez me resultaba más dificultosa, mi mente también perdía claridad y no entendía que una lluvia tan impetuosa y abundante mereciese el atributo de “aguacero”, porque lo del “agua” vale, pero… ¿lo de “cero”?

Momentos después la lluvia pareció amainar pero continué recibiendo sorpresas, árboles que me recordaban que acaba de llover abundantemente, canalones y aleros generosos de tejados pertenecientes a las casas junto a las que debía transitar y que me obsequiaban con sus excedentes acuosos, charcos inadvertidos y nuevas baldosas traicioneras que continuaban mostrando  su rencor a los transeúntes como si fuésemos los culpables de su inestable existencia.

Tiritando y empapado llegué por fin a casa, me cambié de ropa, sequé mi pelo y encendí la chimenea, necesitaba desentumecer mi cuerpo y recuperar el sosiego, ese que había perdido durante el desapacible baño que acababa de tomar.

La calma me llevó a la reflexión y a reconocer la conveniencia de la aparente distribución irregular de la lluvia, pero que atiende y satisface necesidades de primer orden como la limpieza del aire de las ciudades, la humedad precisa para los campos y plantas, el alimento para el caudal de ríos y pantanos, etc. En definitiva un ciclo necesario para la vida, por lo que a pesar de la reciente y poco gratificante experiencia, casi se me escapa la exclamación ¡Bendita lluvia!

El acogedor calor de la chimenea y los efluvios de la copa de vino que estaba degustando (un Reserva de Dehesa de los Canónigos del que dicen que va a más con cada trago), estimularon mi imaginación hasta visualizar pasajes de mi vida que bien podría comparar con aguaceros inesperados, calles difíciles de cruzar, baldosas traicioneras o canalones y charcos nada deseables, pero hoy soy consciente de que todos ellos han sido elementos precisos y fundamentales en el ciclo de mi crecimiento personal.

Esta vez no me contuve y exclamé ¡Bendita lluvia! ¿Empapado? Sí, pero de sensaciones y emociones positivas. Si la vida en general precisa de la lluvia, ¿En que puede perjudicar a la mía en particular?

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