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miércoles, 6 de marzo de 2013

TU PULCRITUD TE DEFINE



La pulcritud es la cualidad del pulcro, entendiendo como tal a quién se esmera en la higiene, el orden, la conducta y el habla, pero como todo en esta vida su exceso conlleva una penalización, incluso la denominación de su superlativo suena tan feo como “pulquérrimo” (bueno a mí por lo menos no me gusta).
Sin embargo, la pulcritud o la falta de ella se convierten en el escaparate, ante los demás, de nuestra verdadera personalidad; a diario damos buena muestra de ella a través de nuestras costumbres y conductas, conforme a nuestro aliño personal, nuestro esmero en el trabajo, nuestra forma de expresarnos, el orden y la limpieza allí donde hemos de trabajar así como en nuestra vivienda o un diligente cuidado en el uso de las cosas.
Pero la pulcritud, con independencia de su grado de desarrollo y la intensidad con que se practique, es una sensación innata y espontánea que nos acompaña a la mayoría de las personas; cuando alguien ha de acudir a un acontecimiento al que concede cierta importancia suele extremar el cuidado de su atuendo, de su peinado y por supuesto de su aseo personal, incluso repasa su vocabulario o expresiones habituales para evaluar su conveniencia; en determinadas ocasiones si esperas una visita en casa acometes un rápido “lavado de cara” de aquello que de no hacerlo no presentaría el aspecto de ser un espacio limpio y ordenado.
Ambos ejemplos manifiestan de forma indubitativa que en general evitamos mostrar nuestro entorno habitual o a nosotros mismos en ocasiones especiales, de forma insuficientemente aseada o descuidada y esto sucede porque la pulcritud forma parte de nuestros hábitos o porque entendemos que para los demás es un aspecto de considerable importancia.
El problema surge cuando la pulcritud es una conducta forzada y que se entiende exigida por las circunstancias, sin duda podemos obtener una buena primera impresión positiva, pero esta suele ser efímera: polvo alrededor y debajo de los adornos (que a veces visitantes curiosos levantan para observarlos con detenimiento) o polvo sobre el marco de los cuadros que percibe el inevitable perfeccionista que pretende alinearlos correctamente.
La pulcritud forzada en pocos días da paso a que sea apreciable el descuido en la forma de vestir, un dudoso aseo, una verbalización inadecuada o la desatención hacia las cosas y la forma de hacer uso de ellas; la primera imagen positiva lograda comienza a destruirse, ¿La razón? No suele pasar desapercibido el hecho de que la pulcritud puede ser circunstancial o cotidiana.
Los ejemplos que inciden directamente, en ser pulcro o no, son numerosos: Ropa limpia y sin arrugas, pelo cuidado, maquillaje moderado, no comer en el dormitorio, disponer de un lugar para cada cosa y que las cosas ocupen ese lugar, etc. Son tantos que puede parecer que es imposible la pulcritud, pero no es así, la suma de actividades es posible que se nos presente como inabordable, pero si vamos convirtiendo actividades en hábitos, ser pulcro pasará a ser parte de nuestra esencia sin demandarnos consumo de energía adicional.
La armonía que proporciona la limpieza y el orden inspiran respeto a nuestro entorno, pero también le proporcionan un agradable bienestar. Valores como la disciplina, el orden o la perseverancia potencian la pulcritud y posibilitan una personalidad culta y repleta de buenos modales, en lugar de una apariencia ficticia y nada sostenible.
Las personas que muestran falta de pulcritud en su aspecto personal y hacia todo aquello que les rodea, pueden y suelen presentar esa misma carencia en su personalidad, lo que hace que los demás les vean como personas descuidadas y desordenadas en sus relaciones interpersonales.

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