Siempre es posible
engrandecer o enriquecer el interior de la persona, incluso en una sociedad
superficial y frívola atacada por el virus del consumismo y espoleada por
múltiples mecanismos publicitarios, que como una fragua parecen pretender forjar
una sociedad monetizada e insatisfecha, sin mayor objetivo que incentivar el
deseo permanente.
Tal vez mi idea
sobre la riqueza interior pueda entenderse como romántica, incluso tópica, pero
aun siendo así no me preocupa, mi convencimiento sobre la importancia de
cultivar la esencia más propia e íntima es lo suficientemente poderosa como
para no desistir de ella.
Se trata de una
riqueza independiente del caudal dinerario que se posea y es que, riqueza
interior es ser coherente con lo que somos y estar comprometidos con lo que
queremos ser, en nuestra riqueza interior debe haber: sencillez, gratitud,
libertad, alegría y todo aquello que contribuye a enfrentarnos a nuestros
temores y a extraer el máximo aprendizaje de nuestras experiencias.
Es conveniente
asumir que todo con lo que sueñas, aquello que forma parte de tus anhelos, de
una manera u otra también son parte de tu realidad y que se conviertan en
riqueza o miseria depende fundamentalmente de ti, pues no depende de cómo se
concreten sino de cómo te afecten.
Precaución y
especial atención merecen aquellos sueños que pergeñamos despiertos, sobre todo
si lo hacemos con insistencia pertinaz, incluso con avidez u obsesión, pero
sobre todo si apuntamos a metas desmesuradas, los sueños a veces limitan con
fantasías inalcanzables y estas suelen generar frustración.
Soñamos con ser,
soñamos con tener, soñamos y soñamos, una y otra vez soñamos pero generalmente
lo hacemos en relación a nuestra perspectiva externa, a la imagen que nos
gustaría fuese la que los demás perciben de nosotros y nos olvidamos de la
profundidad de visión ajena; creemos que nuestro interior nos pertenece en
exclusiva a nosotros y que somos opacos hacia dentro, pero esto no es cierto,
los demás ven aspectos nuestros que ni imaginamos, incluso aspectos de los que
a veces no somos conscientes:
Resulta que me
considero gracioso y divertido, mientras que para la mayoría de las personas
soy “un plasta”; me autodefino como un erudito o conocedor de cualquier tema
del que se hable, mientras que para la mayoría soy “un inaguantable
sabelotodo”; sueño y cuido mi exterior pero desconozco o descuido mi interior.
Nuestro interior
nos busca y envía señales permanentemente, pero, lamentablemente en la mayoría
de los casos las obviamos o nos pasan desapercibidas por estar demasiado
ocupados en maquillar o mejorar nuestro exterior. Cuando realmente comprendamos
que lo que está por fuera no siempre muestra lo que está por dentro estaremos
entrando en el terreno de la autenticidad, podremos presentarnos ante los demás
y ante nosotros mismos de forma genuina.
La frecuente
artificiosidad de nuestro mundo exterior suele terminar confundiéndonos con
alguna que otra sorpresa, a la vez que la negación o descuido de nuestra
realidad interior nos privará del uso eficiente de nuestros más potentes
recursos, los que sin ningún tipo de duda componen nuestro verdadero patrimonio
interno.
El verdadero
sosiego y la pretendida felicidad pasan por lograr una estrecha armonía entre
el mundo exterior y el mundo interior.
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