Veo “la fama” como
un destino similar al mítico “El Dorado”, algo perseguido con anhelo por
muchos, con gran empeño, aun conscientes de las posibles adversidades del
camino a recorrer pero decididos a obtener el gran premio del brillo cegador,
algo con lo que sueñan e incluso se obsesionan.
Debo advertir que
todo lo que escriba aquí sobre la fama no es más que fruto de mi imaginación o
presunción, es lo que yo creo que es y supone, ya que en mi caso personal nunca
he estado afectado por ese sello; puedo llegar a admitir que en algún área de
mi vida alcancé cierta notoriedad o relevancia, pero como resultado y no como
meta y desde luego en ningún caso adquirí la vitola de famoso.
La fama se comporta
como en determinadas culturas estableciendo o distinguiendo castas: famosos,
famosillos y famosetes. Los famosillos y famosetes no son auténticos famosos o
con pedigrí de serlo, son simplemente personajes que han aprendido a vivir a
costa del morbo social que provocan.
Los famosos, gente
guapa, con dinero y una legión de seguidores que les ensalza y enardece han de
enfrentarse a la primera gran dificultad: aprender a gestionar tal “riqueza”,
algo que muchos no logran y acaban sucumbiendo al fracaso, personas que carecen
de la formación u orientación adecuada. Este es el caso de todos aquellos que
se dejan invadir por la prepotencia, la soberbia, la vanidad e incluso la
extravagancia.
Sin duda la fama
podría representarse como un estatus de reconocimiento social que suele venir
asociado a un más que confortable estatus económico, algo tan importante,
aunque lamentable, en una sociedad en la que el dinero y el consumo están muy
por encima de muchos valores que han desplazado o minimizado.
En mi opinión la
fama tiene ventajas e inconvenientes, las ventajas suelen presentar una
dimensión material nutrida de riqueza, glamour, fiesta y comodidades, los
inconvenientes suelen instalarse en el terreno emocional, es el precio oculto
que hace desaparecer el anonimato, la tranquilidad e incluso la libertad
personal.
La fama tiene una
parte luminosa que otorga a quién la ostenta un atractivo seductor ante los
ojos de los demás, la contrapartida, su parte oscura, es la pérdida de
intimidad, el acoso mediático y la persecución de su vida privada. Ante esta
presión no son pocos los famosos que sucumben a alguna adicción poco saludable
que acaba destruyendo su fama, su sueño y a veces su vida.
No sería justo no
admitir que hay grandes ejemplos de famosos incólumes, serenos y que han sabido
preservar su intimidad y sobre todo la de su familia, la pena es que supongan
una minúscula muestra dentro de la infinita y desmesurada lista de los
etiquetados como sobresalientes, en un mundo de parafernalia y artificiosidad.
Jorge Valdano decía
que “la fama es tramposa e impostora”, y pienso que era una definición
generalista, con independencia de que la actividad desarrollada sea laboral,
deportiva o artística.
Desde el principio
que respeto de que no existen verdades absolutas, reconozco encontrarme cercano
a la sentencia de Valdano; creo que la fama es tramposa porque tiene capacidad
para atraparte en sus redes sin que llegues a percibir su peligro e impostora
porque no hace sino suplantar una personalidad distinta a la autentica que logra
desdibujar hasta hacerla desaparecer.
Si mi concepción de
la fama se aproxima a lo que es, solo puedo decir: aunque no tenga dinero,
¡Cómo me alegro de no ser famoso!
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