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domingo, 17 de marzo de 2013

EL SECRETO INDISCRETO



Un secreto es algo que se tiene celosamente reservado y oculto, al menos eso es lo que dice la teoría y se supone que no deja de serlo cuando se comparte de forma restringida y controlada, sin embargo hay teorías que dicen que: “Para guardar un secreto se necesita de dos. Para que todos se enteren, de tres…”
Razonablemente cualquier persona alberga algún o algunos secretos; miedos, frustraciones, creencias y varias razones más son catálogo suficiente para motivar el deseo de preferir mantener ocultas ciertas emociones que evitamos exteriorizar, otra razón puede residir en el hecho de creer que estamos en posesión de una información que si la desvelamos pudiera resultar nociva para nosotros mismos o para otros.
Otro aspecto del secreto es su bidireccionalidad, es decir, hay secretos propios y secretos ajenos, aspectos que decidimos compartir y otros que alguien decide compartir con nosotros, pero ambos, aunque por razones muy diferentes acaban influyendo en nuestra vida, pues siempre junto a un secreto emerge una presión emocional.
Cuando ponemos en manos de otros un secreto, tarde o temprano termina aflorando cierta inquietud o miedo ante la posibilidad de que deje de serlo y pueda terminar siendo una noticia, algo de dominio público, incluso que nos haga arrepentirnos de haberlo compartido, puede que ese temor, esa incertidumbre y ese arrepentimiento, es lo que posiblemente llevó a François de la Rochefoucauld a sentenciar: “¿Cómo pretendes que otro guarde tu secreto si tú mismo, al confiárselo, no lo has sabido guardar?
¿Pero qué sucede cuando somos nosotros los que custodiamos el secreto de otro? Como una olla a presión sentimos un cierto hermetismo agobiante e interno que nos oprime y necesitamos liberar cierta masa de vapor, esto nos puede llevar a confiar ese secreto a un tercero y peor aun a un cuarto. Y deberíamos tener en cuenta que los que nos escucharon lo van a seguir compartiendo en su entorno, esto inicia una cadena sin marcha atrás, una dinámica que convierte un secreto en “Un secreto a voces”.
Un secreto compartido defectuosamente o mal interpretado, generará rumores que en su mayoría serán infundados o dañinos, pero peor aun si se convierten en arma arrojadiza de quienes entienden poder saldar, con ellos, cuentas pendientes, cuentas que suelen brotar desde una admiración abortada y transmutada en envidia renegada.
El mundo de los secretos tiene dos dimensiones; el de los propios que no deseamos sean conocidos y el de los demás que nos provoca cierto morbo: ¿Qué hay detrás de eso? ¿Qué es lo que no dice? ¿Qué…? ¿Qué…? Y siempre y tras estas preguntas puede estar presente la presunción o que aquello fuera como nos gustaría que fuera.
Ser poseedor de un secreto, propio o compartido, es un reto para nuestra capacidad emocional, cuanto más trascendental consideremos el secreto y la necesidad de preservarlo, mayor será dicha carga emocional, incluso física, que afectará a la capacidad de nuestras relaciones interpersonales, supondrá una servidumbre que nos acompañará en nuestras relaciones.
Todo secreto exige de una práctica apropiada para compartir, lo que demanda una capacidad adecuada de comunicación; elemento básico que no siempre cuidamos suficientemente, escuchamos lo que nos apetece y transmitimos lo que creemos que nos conviene.
¡Yo hoy lo tengo claro!: Si creo ser el poseedor de un secreto lo reservo exclusivamente para mí y si alguien decide hacerme partícipe de un secreto, renuncio a tal privilegio, brindo mi comprensión y apoyo pero declino conocerlo.
Pero… ¡Chissshhhhh!... ¡Esto es un secreto!

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