(Con especial
dedicación a mi amiga Esther Mi Nio de “Cosquillearte de Vitoria” quién siempre
estimula mi reflexión)
Todo se inicia con
su nueva cabecera que exhibe la frase: “Cuando
una persona te decepciona, aunque la perdones nada será lo mismo”.
Mi respuesta
espontánea fue: “Me queda una duda. Si
nada vuelve a ser lo mismo ¿El perdón ha sido total? Sí hay hueco para el
rencor o la desconfianza ¿El perdón ha sido total?”
En nuestra
conversación retiré el término “rencor” y me comprometí a reflexionar sobre
ello.
Entonces me pareció
que mi duda encerraba una afirmación contundente en exceso y me exigía una
ponderación más meditada.
Este proceso me
llevó al convencimiento de que el perdón no es un mecanismo que exonere de
culpa a quién nos ofendió, sino la necesidad personal de liberarnos de la
herida sufrida; el perdón nos ayuda a desterrar de nuestro presente lo que nos
dañó en el pasado, pero… ¿Acaso por eso lo olvidamos?
Después de darle
muchas vueltas he llegado al convencimiento de que perdonar no es sinónimo de
olvidar, puedo perdonar pero no dejo de sentir y la intensidad de la ofensa
definirá si la herida recibida me deja cicatriz o no.
Perdón significa
clemencia, compasión, misericordia, caridad, generosidad, indulto, amnistía,
conmutación, olvido, restitución, etc. Sin embargo, no puedo abandonar de forma
definitiva la idea de que el perdón puede ser total o parcial: En el perdón
total, "se perdona y olvida", es decir, no sólo se decide no odiar al
perdonado, sino que se recupera la relación de confianza con él, como si la
ofensa no hubiera tenido lugar. En el perdón parcial, se decide no odiar por la
ofensa recibida, pero no se recomponen totalmente las relaciones preexistentes.
El complejo tejido social en el que hemos de desenvolvernos
nos obliga a sortear aristas complicadas y a veces pendientes resbaladizas, las
no siempre fáciles relaciones interpersonales nos llevan a percibir conductas
hacia nosotros nada deseables, aunque me parece más que posible que no siempre
sean objetivas, sino que a veces pueden ser subjetivas. En mi opinión antes de
decidir si debemos o no perdonar, hemos de tratar de identificar si la ofensa
es cierta o presentida.
El perdón es una práctica que nos ayuda a seguir
adelante, es una conducta estratégica que nos ayuda a superar el pasado en
beneficio del futuro, pero solo es auténtico si ahoga el resentimiento y
posible deseo de venganza; la desconfianza es una cuestión que se traslada
hasta el perdonado, él y solo él es responsable de intentar que esta se restablezca,
pues la confianza va ligada al recuerdo y aunque he perdonado no olvido la
afrenta sufrida.
Pero todo esto me lleva a pensar que también nosotros
somos o podemos ser transgresores de las expectativas de los demás y que
precisaríamos de su perdón y si esto sucediese ¡Seguro que desearíamos que el
perdón fuese TOTAL!
Cuando creía que mi reflexión estaba concluida, me abordó
la idea de que nuestra posibilidad de perdonar estaba más o menos condicionada
por la capacidad de hacerlo con nosotros mismos y es que pienso que hemos de
aprender a perdonarnos para tener capacidad de perdonar a otros: Perdonar lo
que no queremos hacer y hacemos, pero sobre todo lo que queremos hacer y no
hacemos. La pregunta final es sencilla ¿Qué capacidad de perdón tenemos hacia
otros si a nosotros nos cuesta pedir perdón e incluso perdonarnos?
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