Todos creemos y
decimos saber lo que es la verdad pero lo cierto es que es un término que
carece de definición única; en la actualidad sigue siendo objeto de muy
diferentes teorías, con fundamentos propios de filosofía, teología o lógica:
¿La verdad es subjetiva u objetiva? ¿Es relativa o absoluta? ¿La verdad solo
proviene de la experiencia, el entendimiento y la razón o de las creencias?
¿Cómo podemos identificarla?
El propio DRAE
parece abrir “de par en par” estas múltiples puertas, solo tenemos que leer sus
dos primeras acepciones:
1.
Conformidad
de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente.
2.
Conformidad
de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.
Las preguntas
inmediatas parecen obvias pero no por ello las voy a omitir: ¿Acaso la misma
cosa tiene la misma imagen en la mente de todos nosotros? ¿Todas las personas
sentimos igual? ¿Todos pensamos lo mismo? ¿Nuestras creencias coinciden? Etc…
El paso del tiempo
ha modificado verdades y ha sustituido paradigmas, ¿Cuándo eran más verdad? ¿En
el momento en que fueron indiscutibles o una vez que han sido cuestionadas o
reemplazadas? Todo apunta a que el término “verdad” reivindica su pluralidad,
lo que apela a su NO condición de absoluta, si no estás de acuerdo responde a
estas preguntas: ¿Mi verdad es más verdad que la tuya? ¿Tu verdad es más cierta
que la mía? ¿Solo puede existir una verdad?
No recuerdo cuando
ni donde leí algo que ahora me viene a la memoria, decía algo así como: “El
cerebro humano quiere la victoria, no la verdad” esto nos lleva a una curiosa
situación; generalmente y después de asumir una verdad somos capaces de
argumentarla, sin ponderar las experiencias, sentimientos, pensamientos o
creencias que la motivaron, pero la defendemos incluso hasta la obstinación, caemos
en la terquedad e incluso en una inconsciente falacia, sin considerar a quién
podemos dañar.
Un proceso mental
razonable exigiría el análisis de los argumentos para tratar de inferir a
partir de ellos una verdad; pero incluso la racionalidad del proceso no le
conferiría la vitola de autenticidad, al parecer no hay forma de disociar la
verdad del perfil de cada uno. Además no debemos ignorar que también llamamos
verdad a nuestros juicios basados en supuestos hechos, creencias, sentimientos
y pretendidas realidades.
El resultado final
de mi reflexión es que es un verdadero “galimatías” y dado que el término “verdad”
lo esgrimimos constantemente en nuestra vida, nuestras relaciones
interpersonales exigen soluciones adicionales.
Desde luego yo no
tengo el elixir o fórmula mágica que me ayude a detectar lo que es verdad o no,
y creo que nadie lo tiene, por ello apelo a tres ingredientes para condimentar
nuestra “salsa de vida”: La confianza, la tolerancia y el respeto.
Confiar en las
personas es fundamental para procesar sus verdades, la tolerancia nos permitirá
asumir puntos de vista diferentes a los propios y el respeto nos proporcionará
la consideración o deferencia hacia su verdad que puede tener sus argumentos
aunque yo no los comprenda o comparta.
Quisiera terminar
recuperando una “RICURA” que acuñé para este Blog: “Sería bueno estar todos de acuerdo, en que no
siempre hemos de estar de acuerdo”.
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