Al levantarte cada
día algo va de tu mano, piensa lo que quieras pero nunca te levantas solo, algo
te acompañará: una idea, un deseo, una preocupación…, en definitiva
pensamientos y emociones que ocupan un lugar en tu nuevo día que pueden
proceder de experiencias pasadas o de incertidumbres futuras. Sensaciones que
pueden definir cuál será tu estado de ánimo a lo largo del día si no eres capaz
de erigirte en el dueño y señor de tu momento y ese momento no es otro que
“HOY”.
Claro que tienes
experiencias pasadas de todo tipo, por supuesto que en tu horizonte hay cielos
cubiertos que ocultan la luz que buscas, pero hoy y solo hoy puedes hacer algo.
Admito, por
experiencia propia, el estado de seudo sonambulismo en el que puedes
levantarte, sin embargo, si necesitas ducharte hazlo, si precisas tomar un café
tómalo, si necesitas un cigarrillo fúmatelo, si necesitas afeitarte o
maquillarte no dejes de hacerlo, pero además aprovecha cualquiera de esos
momentos para mirar que llevas de la mano esa mañana y reflexionar lo que puede
aportarte: Si te agrada corre, vuela tras ello. Si te genera dudas, o no lo
deseas, no esperes a la tarde porque habrás perdido el día.
A veces finalizamos
el día responsabilizando de lo sucedido al habernos levantado con mal pie.
¡Vale!, pero… ¿Y el resto de los pasos que hemos dado después?, ¿Para qué
dejamos las preguntas para el final del día?, ¿Para qué incluso a veces ni nos
las hacemos? Tal vez para no enfrentarnos a nosotros mismos evitando la necesidad de
darnos respuestas a determinadas
cuestiones que nos hacen sentir incómodos, seguramente porque algo nos hace
intuir que la respuesta nos recomendaría modificar ciertos hábitos
acostumbrados en nuestra conducta usual.
¡El hábito no hace al monje!, refrán popular
que solo tiene sentido en el ámbito de la pretendida distorsión de lo que se aparenta
ser sin serlo, tal como, ¡Aunque la mona se vista de seda, mona se queda! Sin
embargo, son los hábitos los que hacen al monje y a cualquier otra persona. Evidentemente
no me refiero a los hábitos como los ropajes propios del estado o ministerio de
quien los porta sino al modo de proceder, hábitos o conductas que configuran la
forma de comportarse ante situaciones que percibimos como similares aunque no
siempre lo sean.
Dado que los
hábitos nos permiten actuar de forma automática, sin desgaste ni necesidad de
reflexión, es evidente que resultan ser un verdadero tesoro en nuestro día a
día, tal vez el más grande y como “tesoro más preciado” merece toda nuestra
atención y el mayor olvido en el que podemos caer es no tener en cuenta que la
mayoría de nuestro hábitos provienen de experiencias pasadas y dado que lo
único que no cambia es el cambio, que es permanente, la revisión de hábitos
resulta más que aconsejable, tal vez alguno de los que fueron necesarios o
aconsejables hoy son un lastre.
Soy consciente que
la revisión y modificación de hábitos no es fácil, que incluso puede escocer en
el ego personal, tú eliges, escozor o herida abierta, tú eliges sin con cada
mañana se inicia tu reto, o cada tarde haces recuento de tus lamentaciones o
inventario de lo que pudo ser y no fue, sin preguntarte si hiciste todo lo que
podías haber hecho.
La mañana te brinda
la oportunidad de aprovechar la luz, el atardecer te aproxima a la oscuridad de
lo que no pudo ser pero tú consideras que debería haber sido.
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