Concibo el
encontrarse en “modo automático” como la situación de haber sido succionado por
el remolino de la cotidianidad y si no resulta aconsejable permitir que en ese
“modo automático” se te escapen las horas, se convierte en grave si se te pasan
los días, los meses, o peor aún, los años; lo cotidiano te empuja a centrarte y
preocuparte por lo urgente y no por lo importante, tal vez sea porque lo
urgente es más notorio aunque en nuestro fuero interno reconozcamos que lo
importante debe ser lo preferible.
Pero… ¿Qué es lo
que nos pone por delante lo urgente?, creo que obedece fundamentalmente a
presiones externas que taponan nuestra realidad personal, que enturbian nuestra
verdadera grandeza interna. Atendiendo a lo urgente puede que tratemos de
mostrar que podemos ser mejores: “El informe que más desea recibir nuestro
superior, la comida y el ejercicio que nos hará más saludables, el coche que nos
hará más “cool”, etc.”, pero la urgencia por conseguirlo exigirá un esfuerzo
que le restaremos a lo importante.
Tal bombardeo de
información, sobre lo que sería preferible hacer y no hacemos, nos puede
conducir a sospechar que tal vez no venimos completos de fábrica o que
precisamos incorporar algunos ajustes para optimizar nuestra presencia social. Entiendo
que no solo es lícito sino loable sentir y asumir un deseo de superación, pero…
¿Cuál debe ser el punto de partida?, ¿El que te lleva a decidir desde el
concepto de lo urgente o el que lo hace desde lo importante?
La naturaleza de lo
importante reside en ti mismo, en quién eres realmente y es ese el punto desde
el que debes iniciar tu aprendizaje y progreso y no en la ficción que lo
urgente ha tejido a tu alrededor. Podemos aprender más, pero… ¿Desde lo que
sabemos o desde lo que nos dicen que deberíamos saber?, podemos hacer mejor las
cosas, pero… ¿Desde como las hacemos o desde cómo nos dicen que deberíamos
hacerlas? Es imprescindible conocerse a sí mismo para diseñar el camino de
progreso que deseamos recorrer.
Una sociedad como
la actual basada en el marketing y el consumo, a veces desaforado, favorece la
creación de espacios emocionales que pueden convertir quimeras en objetivos que
automatizan conductas en pos de lo que finalmente resultan ser meros espejismos
y que como tales lejos de proporcionar satisfacción y hacernos sentir bien, nos
brindan frustrantes resultados que no coinciden con nuestras expectativas, pero
el verdadero problema es cuando no llegamos nunca a esa certeza o lo hacemos
demasiado tarde.
La gran realidad y
verdadera grandeza interior es que todos y cada uno de nosotros somos seres
completos: con nuestros problemas, nuestros anhelos y nuestras soluciones pero
sometidos a la tentación de universalizarlos, lo que alienta una nueva y
distinta tentación, convertirnos en representantes del prototipo que la alocada
sociedad nos demanda.
El verdadero
progreso consiste en liberarse del remolino de la cotidianidad para vivir desde
la verdadera autenticidad, olvidarse al menos en parte de las voces de afuera y
centrarse en la propia que es la única que puede dictar quienes somos, claro
está siempre que la afrontemos con sinceridad y valentía. A veces utilizamos el
concepto urgente para atender aspectos que no pasaría nada si no acometiésemos.
Es en nuestra mente donde nos obligamos a que eso sea de respuesta inmediata.
Creo que la verdadera satisfacción de vivir está menos en lo que urge y más en
lo que importa.
No debiéramos
olvidar que a lo largo de esta vida hacemos cosas que nos gratifican y otras
que nosotros mismos censuramos, la clave está en sustituir culpabilidad por
responsabilidad, ser responsables nos posibilita la opción de restituir, la
culpabilidad nos puede negar nuevas oportunidades al anular una parte
importante de nosotros mismos.