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domingo, 22 de septiembre de 2013

HABLANDO CON EL MAESTRO



¡Quién puede decir que tiene o ha tenido un maestro accesible del que nutrirse, tiene un tesoro! La relación profesores – maestros es similar a la de conocidos – verdaderos amigos, todos tenemos muchos conocidos, unos mejores y otros peores, pero amigos verdaderos pocos, se pueden contar con los dedos de una mano y sobrará alguno; profesores muchos, unos buenos y otros no tanto pero en el caso de los maestros aún pueden sobrar más dedos, a veces todos. Si yo hablo desde mi concepción de “maestro” he de decir que solo he tenido uno en mi vida.
Superadas mis primeras seis décadas de vida y no habiendo dejado de estudiar nunca, puedo decir que he conocido un sinfín de profesores; unos muy buenos, otros regulares y algunos que preferiblemente deberían haber elegido otra actividad profesional, pero en cualquier caso quiero manifestar mi agradecimiento a todos ellos y mi reconocimiento de excelencia a unos cuantos, lo cierto es que la mayoría de ellos pusieron su esfuerzo y sacrificio al servicio de mi educación académica y sería injusto no recordarlo ni reconocerlo.
El ejercicio del profesorado requiere de un espacio de autoridad y si es cierto que mientras que el poder se confiere y la autoridad hay que ganarla, también lo es que puede venir cercenada, en mi opinión y para empezar el propio sistema emite señales de no considerarla una profesión de prestigio, lo que la desatiende y empuja a
pasar desapercibida e infravalorada y a esto habría que añadir el cambio actitudinal de las familias: en mi época lo que decía el profesor “iba a misa”, hoy parece el anticristo; antes no se permitía hablar al alumno, ahora el sistema amordaza y muchas familias amenazan al profesor. Una vez más “la ley del péndulo” ¿Cuándo nos daremos cuenta que los extremos nunca son la mejor solución?
Puede que para muchos sea así, pero, tal y como yo lo concibo, profesor y maestro no son seudónimos, hay grandes diferencias entre ellos, por ejemplo:
Un profesor enseña conocimientos transmitiendo el contenido de la materia que imparte y conforme un programa preestablecido e impuesto; un maestro procura enseñar todo lo que sabe, basado en toda una vida de experiencia y aprendizaje.
Un profesor nunca se equivoca, si está escrito en el libro es que es así, por lo que nadie discute sus afirmaciones; un maestro está siempre abierto a una sana discusión y basa su sabiduría en los errores cometidos en el pasado y evoluciona en función de los que está por cometer.
Un profesor se ve obligado a cambiar de materia o contenido según la legislación vigente que además le estipula el tiempo de permanencia, en cada jornada, con sus alumnos; un maestro cambia en función de su experiencia vital y resulta ser “un 24 horas”.
Un profesor ve circunscrita la materia a impartir o su contenido a la corriente del momento, un maestro enseña a pensar y, por tanto, a crear tu propia corriente.
Un gran profesor puede ser el que más te enseña, un gran maestro es el que da lo mejor de sí mismo.
En definitiva, un profesor enseña y es mejor o no en función de su grado de cumplimiento con el deber y responsabilidad que su dedicación requiere; un maestro comparte y tiene un compromiso de vida, un compromiso de acompañar a quién desea, pues si los alumnos se asignan, los discípulos se eligen.
Yo perdí terrenalmente a mi maestro ya hace unos cuantos años pero su presencia perdurará para siempre, y aun recuerdo nuestras conversaciones, esos espacios de reflexión y libertad que siempre lograban abrir ante mí nuevas oportunidades, nuevos horizontes; que no siempre me lo puso fácil y que me empujó una y otra vez a dudar de mis convicciones, por eso aún sigo “hablando con el maestro, ¡Mi Maestro!”.

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