(Dedicado a mi amiga Juani que
me ha hecho reflexionar sobre el concepto de “valor”).
¿Cuánto vale? Esta
es una pregunta que hacen y hacemos con bastante frecuencia ante algo que nos
gusta o que puede llegar a ser de nuestro interés. Sin embargo, la pregunta
correcta sería ¿Cuánto cuesta?, pues la verdadera intención al realizarla es
conocer su precio y no su valor. El precio es un dato objetivo que viene fijado
mientras que su valor representa el beneficio que nos proporcionará el poseerlo
y quien nos lo vende conoce el precio pero pocas veces se preocupa por conocer
qué valor podemos encontrar con su adquisición.
El precio de un
producto o servicio viene determinado por numerosos factores: trabajo necesario
para producirlo, materias primas y mano de obra necesarias, su escasez o
abundancia en el mercado, si está o no en la “cresta de la ola” de la moda,
impuestos etc., todos ellos factores en los que los consumidores tenemos poca o
ninguna influencia; al final nuestro radio de acción se sitúa en el centro de
nuestros recursos disponibles.
El elemento
subjetivo hace aparición cuando hablamos del valor de algo, pues entran en
juego múltiples circunstancias de tipo personal para determinar o avalar la
satisfacción o utilidad que nos provee un producto o servicio, en definitiva
cuando hablamos de comprar valor. No debiéramos olvidar que una empresa no
puede producir valor, solo puede elaborar y vender un producto o servicio y
podrá aplicar políticas exigentes en sus márgenes para ofrecer un precio
competitivo, pero el valor seguirá en manos de quienes han de adquirirlo.
La paradoja y tal
vez único nexo de unión entre precio y valor, considerando aquel como un
elemento objetivo y condicionado por las condiciones de mercado, es que acaba
convirtiéndose en un elemento más que dimensiona el valor que le damos a las
cosas y no solo desde la dimensión de los recursos disponibles, que le harían
mantenerse en el terreno de la objetividad, sino en el ámbito de las
prioridades, ¿Estoy dispuesto o me compensa pagar lo que me cuesta, a cambio de
la utilidad o satisfacción que espero de ello?
Desde el terreno de
la racionalidad podríamos afirmar que si hemos decidió comprar es porque hemos
cuantificado que el valor o satisfacción, es superior al precio que hemos
tenido que pagar, por el contrario decidiremos no adquirirlo si le otorgamos un
valor o utilidad que tasamos por debajo de su precio de compra.
Pero esto no
siempre es así, en este terreno como en muchos otros de nuestro comportamiento
también hay sitio para la irracionalidad, un frenesí y descontrol emocional que
nos conduce a resultados sorprendentemente dispares o como mínimo opuestos, es
aquí donde aparecen conceptos como caro y barato.
Por un lado
sentimos atracción inmediata hacia las cosas caras ¡Los productos de mayor
precio ofrecen más valor!, pero esto con frecuencia no es así; por un lado es
una simple presunción de calidad y además no resuelve el tema de la utilidad o
satisfacción ¿Son las marcas más caras las mejores? ¿A cuántas personas les
reportaría un inconmensurable entusiasmo gastarse “una pasta” en una camiseta
sudada por un famoso?, admito que ese mercado existe pero creo que tiene más
que ver con la vanidad que con el precio y el valor.
El otro extremo se
encuentra en el concepto de barato, llega incluso a hacernos olvidar el valor
de las cosas, incluso el de nuestro dinero, nos puede arrastrar a comprar cosas
porque sus precios se habían reducido en un 50% o más aunque en el fondo no las
necesitásemos, lo que les aporta una utilidad nula, es decir, valor cero.
La tendencia a
valorar las cosas más por su precio que por su valor nos puede conducir a
malgastar el dinero, incluso hasta el extremo de olvidar que es precisamente el
dinero el que nos puede propiciar obtener valores deseados, el dinero lo
podemos despilfarrar o administrar y no importa si tenemos mucho o poco, el
pecado es el fruto de una tentación social que a todos nos persigue; la única
solución es comprar por valor (satisfacción/utilidad) y no por precio o vanidad.
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