RICOBLOG

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domingo, 2 de junio de 2013

PORQUÉ Y QUÉ APRENDER



La capacidad de aprender es inicialmente innata, solo hay que observar a los niños que ávidos de aprendizaje son como esponjas, seguramente fruto de una condición de carácter genética que les proporciona una poderosa habilidad de imitación centrada en su entorno y de forma prioritaria en quienes reconocen como padres; pero si la carga genética les proporciona esa avidez de aprendizaje a la vez les confiere la facultad que lo hace posible y esta no es otra que la persistencia, el esfuerzo, el no importarles las veces que se caen ni sus balbuceos mientras los demás ríen al no entenderles, pero logran sus objetivos y tarde o temprano los conocimientos y habilidades se van incorporando.
Creo que no hay duda sobre el aprendizaje como proceso, que nos posibilita adquirir conocimientos, habilidades, valores y en consecuencia actitudes; por otro lado es evidente que en este proceso interviene como variable clave y permanente la interacción con el medio. En esa interacción, un aspecto constante e independiente de la edad es la “experiencia” no entendiendo esta como lo que te pasa, sino lo que haces con lo que te pasa, es decir, como analizas y canalizas todo aquello que te va sucediendo. Pero… ¿Qué es lo que cambia con la edad?
Es como si esa carga genética inicial tuviese una vigencia finita y el transcurso de los años fuese agotando su eficacia, esa teoría, desde luego nada contrastada, justificaría la mutación de la capacidad de imitación del niño en una actitud de rechazo y rebeldía del adolescente que pretende liberarse sobre todo de la influencia de papá y mamá, lo que no interrumpe su proceso de aprendizaje y que con sus ventajas e inconvenientes le abre a nuevos escenarios y que tarde o temprano desembarca en el convencimiento de que avanzar aprendiendo requieren estudio, compromiso y esfuerzo.
Aprender es adquirir, analizar, comprender y asimilar la información que nos llega y aplicarla a nuestra propia existencia, pero esto solo es posible si somos capaces de aceptar con naturalidad que el verdadero aprendizaje puede modificar nuestra forma de pensar, que no es real la sensación de poseer la única verdad y eso da entrada a un nuevo actor en escena, traspasada la edad infantil y adolescente el aprendizaje no es posible sin humildad.
Cuando el imparable transcurso del tiempo te hace superar primero la infancia y posteriormente la adolescencia, desaparecen los posible argumentos de referencia y solo quedan los recursos propios que te obligan a convertirte en el verdadero y único protagonista de tu aprendizaje.
Es preciso conseguir que “aprender” sea una de las funciones básicas de la mente, convertirlo en aquello que nos puede hacer incluso cambiar de comportamiento si llegamos a considerarlo oportuno, por difícil que nos parezca. Adoptar esta teoría requiere responderse a dos preguntas: ¿Por qué aprender? y ¿Qué aprender?
Vaya preguntita la primera ¿Por qué aprender?, la respuesta podría residir en una nueva pregunta ¿Por qué no cuidar la cabeza igual que el cuerpo?,  aprender es una terapia para la mente, cuanto más utilicemos nuestra cabeza, disfrutaremos más tiempo de nuestras capacidades y en mejores condiciones.
Y… ¿Qué aprender?, desde luego esto es discrecional, pero parafraseando a no sé quién, “si hay que aprender se aprende, pero aprender pa ná”, y es que no tendría sentido que me pusiese a estudiar termodinámica nuclear salvo que pretenda un empleo en la Central de Garoña. Hay muchas cosas que aprender y que tienen que ver con lo más cotidiano de nuestra vida, como aprender el funcionamiento de las nuevas tecnologías, aprender a reclamar, aprender a leer lo que vamos a firmar, aprender a decir que no, etc.

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