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domingo, 16 de junio de 2013

LA CUERDA FLOJA DE LA MEDIOCRIDAD



Cuando oímos el término “mediocre” deberíamos pensar que se refiere a algo de calidad media, o tal vez y como mucho, de mérito insuficiente o tirando a malo; esto habría que entenderlo como una alusión a algo o a alguien situado en una posición media y no interpretarlo como un término peyorativo que refleja una situación que no ha llegado a donde cabía suponer, por sus recursos, por las circunstancias y en una gran mayoría de casos por nuestras propias expectativas de lo que esperamos que suceda.
Si fijamos los extremos máximos y opuestos en el fracaso y en la excelencia, la mediocridad gozaría de un amplio espacio que ocupar, sin caer en uno u otro de los citados extremos y sin merecer el descrédito que nos sugiere lo mediocre.
Si entendemos por fracaso el acaecimiento de un suceso lastimoso, inopinado y funesto podemos afirmar que no todo intento acaba en fracaso y en el inaceptable caso de que así fuese el término fracaso no habría sido acuñado, pues todo final sería natural.
Algo similar ocurre con la excelencia; si todo proyecto o intento deslumbrase por sus resultados no existiría lo excelso, ningún logro brillaría por encima de otros, pero todo apunta a que estos hechos sobresalientes se dan.
En mi opinión, como suele suceder con todos los extremos los resultados que acaban en fracaso o excelencia son minoritarios, esto nos condenaría a admitir que la mayoría de nuestros actos caen en el terreno de la mediocridad, algo que no puedo aceptar y me empuja a encontrar razones que contradigan esta afirmación.
Tras un largo periodo de reflexión he llegado al convencimiento de que los  resultados posibles pueden ser decepcionantes, excelentes, mediocres o neutros, pero son resultados y el grado de su logro viene definido por la actitud con la que se acometen.
Los resultados de fracaso suelen venir acompañados de conductas pesimistas e inseguras, los excelentes provienen de comportamientos comprometidos y sacrificados sin excluir la creatividad y el ingenio, los neutros están exentos de unas y otras condiciones pero queda eximirles de las propias de la mediocridad, podemos no ser fracasados ni excelentes pero tampoco mediocres, simplemente comunes o habituales.
La actitud de la mediocridad tiene un sello propio, representa todo aquello que responde a un esfuerzo menor del que la persona está capacitada para realizar; conduce al “ser menos bueno pudiendo ser mejor”, fruto de una ambición sana de crecimiento, la pereza, la indiferencia, la ceguera o la sordera del verdadero potencial propio.
La mediocridad no implica el fracaso total pero llega a ser más peligrosa que este, te sitúa en la cuerda floja y presa fácil de todas tus debilidades, el mediocre se convierte en un ser temeroso e inseguro, refugiado en una pretendida satisfacción rutinaria dibujada por los límites auto impuestos y que sustituyen la exigencia por la excusa.
El mediocre no lucha, no goza del reto sino del confort desmedido y de placeres efímeros, el mediocre asume que los modelos sociales son de una determinada forma que nunca cambiará, lo que le lleva a rendirse antes de la batalla; no ser mediocre exige ser como somos y liberados de las cadenas de las apariencias sociales.
Pero… ¿Quién soy yo para definir la mediocridad de los demás, desconociendo si yo mismo soy mediocre?

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