La RAE define
INTENCIÓN como la determinación de la voluntad en orden a un fin; es evidente
que estamos ante un sustantivo y por ello puede adquirir diferentes dimensiones
en función de cómo venga adjetivado, y no será lo mismo hablar, por ejemplo,
de: “primera intención”, “segunda intención”, “buena intención” o “mala
intención”.
Una “primera
intención” se corresponde con un modo de proceder natural y sin detenerse a
reflexionar mucho; una “segunda intención” conlleva un modo de proceder doble y
solapado como respuesta a una determinada estrategia; una “buena intención”
responde a un objetivo noble con ánimo de ayudar y una “mala intención” tiene
como objetivo herir o lastimar provocando un determinado malestar directa o
indirectamente.
Pero en todos los
caso hablamos de la inclinación como voluntad de alcanzar un determinado
propósito, esto quiere decir que la intención está directamente vinculada al
deseo y no a su resultado o consecuencias. La intencionalidad está sujeta a una
actividad mental que nos mueve a la acción, lo que sin duda no garantiza
alcanzar el logro deseado.
La “primera
intención” puede ser bautizada como auténtica y espontanea, lo que no la
legítima como idónea al poder ser inoportuna o infundada, la autenticidad solo
te la confieren tus propios valores y la espontaneidad a veces traiciona el
momento adecuado, si no medimos nuestros actos podemos hacer o decir algo en un
momento o forma improcedentes.
La “segunda
intención” siempre será censurable al basarse en el cinismo y la hipocresía,
algo que la descalifica, muestra la carta que no deseamos jugar, intenta esconder
un escenario que realmente está basado en el interés personal y no en la
realidad que se transmite, es como una invitación a que los demás caigan en la
trampa.
La “buena
intención”, calificable de positiva a priori, también nos puede jugar alguna
mala pasada, como la primera intención siempre la ejerceremos desde nuestros
valores y convicciones, cuando lo exigible sería realizarlo desde las de su
destinatario. Estamos acostumbrados a juzgar y a diagnosticar desde nosotros
mismos y no desde el otro, a quién no siempre escuchamos y comprendemos.
La “mala intención”
requiere de pocos comentarios, lo tóxico o nocivo que la inducen la condenan al
destierro de lo no deseable, busca provocar el infortunio o desazón de alguien,
hacer daño sin deparar en los efectos de ello, incluso sin medir sus
consecuencias, pero lo más desdeñable es que eso era lo que se pretendía y el
peligro es que incluso puede ir más allá.
La intención es un
deseo genérico de obtener un resultado, responde a una idea sobre lo que
queremos conseguir pero lo que pretendemos y lo que alcanzamos no siempre
coincide. Generalmente la intención es un deseo y no nos provee de los medios
más adecuados para lograr el objetivo, puede incluso llegar a darse la paradoja
que actuando con toda nuestra buena intención causemos un daño.
En realidad la
intención no suele venir sola, por el contrario viene acompañada de una
visualización, solemos dibujar el escenario de cómo queremos que suceda, no
podemos olvidar que toda intención tiene su origen en un deseo y en una
querencia, cómo y cuando queremos que ocurra, lo que incluso con independencia
del resultado nos hace responsables como motores de la intención que la impulsa.
Sin duda hemos de
trabajar en que nuestra intención sea siempre “primera” o “buena” pero no
podemos olvidar hacia qué o quién la dirigimos para que el resultado se
aproxime al objetivo.
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