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miércoles, 12 de junio de 2013

CON INTENCIÓN



La RAE define INTENCIÓN como la determinación de la voluntad en orden a un fin; es evidente que estamos ante un sustantivo y por ello puede adquirir diferentes dimensiones en función de cómo venga adjetivado, y no será lo mismo hablar, por ejemplo, de: “primera intención”, “segunda intención”, “buena intención” o “mala intención”.
Una “primera intención” se corresponde con un modo de proceder natural y sin detenerse a reflexionar mucho; una “segunda intención” conlleva un modo de proceder doble y solapado como respuesta a una determinada estrategia; una “buena intención” responde a un objetivo noble con ánimo de ayudar y una “mala intención” tiene como objetivo herir o lastimar provocando un determinado malestar directa o indirectamente.
Pero en todos los caso hablamos de la inclinación como voluntad de alcanzar un determinado propósito, esto quiere decir que la intención está directamente vinculada al deseo y no a su resultado o consecuencias. La intencionalidad está sujeta a una actividad mental que nos mueve a la acción, lo que sin duda no garantiza alcanzar el logro deseado.
La “primera intención” puede ser bautizada como auténtica y espontanea, lo que no la legítima como idónea al poder ser inoportuna o infundada, la autenticidad solo te la confieren tus propios valores y la espontaneidad a veces traiciona el momento adecuado, si no medimos nuestros actos podemos hacer o decir algo en un momento o forma improcedentes.
La “segunda intención” siempre será censurable al basarse en el cinismo y la hipocresía, algo que la descalifica, muestra la carta que no deseamos jugar, intenta esconder un escenario que realmente está basado en el interés personal y no en la realidad que se transmite, es como una invitación a que los demás caigan en la trampa.
La “buena intención”, calificable de positiva a priori, también nos puede jugar alguna mala pasada, como la primera intención siempre la ejerceremos desde nuestros valores y convicciones, cuando lo exigible sería realizarlo desde las de su destinatario. Estamos acostumbrados a juzgar y a diagnosticar desde nosotros mismos y no desde el otro, a quién no siempre escuchamos y comprendemos.
La “mala intención” requiere de pocos comentarios, lo tóxico o nocivo que la inducen la condenan al destierro de lo no deseable, busca provocar el infortunio o desazón de alguien, hacer daño sin deparar en los efectos de ello, incluso sin medir sus consecuencias, pero lo más desdeñable es que eso era lo que se pretendía y el peligro es que incluso puede ir más allá.
La intención es un deseo genérico de obtener un resultado, responde a una idea sobre lo que queremos conseguir pero lo que pretendemos y lo que alcanzamos no siempre coincide. Generalmente la intención es un deseo y no nos provee de los medios más adecuados para lograr el objetivo, puede incluso llegar a darse la paradoja que actuando con toda nuestra buena intención causemos un daño.
En realidad la intención no suele venir sola, por el contrario viene acompañada de una visualización, solemos dibujar el escenario de cómo queremos que suceda, no podemos olvidar que toda intención tiene su origen en un deseo y en una querencia, cómo y cuando queremos que ocurra, lo que incluso con independencia del resultado nos hace responsables como motores de la intención que la impulsa.
Sin duda hemos de trabajar en que nuestra intención sea siempre “primera” o “buena” pero no podemos olvidar hacia qué o quién la dirigimos para que el resultado se aproxime al objetivo.

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