Según la RAE
“compasión” es un sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia
quienes sufren penalidades o desgracias. Con independencia de otras
consideraciones, el término lástima me sugiere cierto enternecimiento, sin
embargo, el de conmiseración y aunque no sepa argumentarlo me produce como
escozor, una cierta desazón que me disgusta e inquieta, sé que no soy justo
pero no me gusta la palabra conmiseración.
Por encima de su
etimología y posibles definiciones, mi propósito es centrarme en la compasión
como conducta humana, en la capacidad de sentirnos próximos o identificados con
el dolor de los demás y el impulso o la voluntad de intentar aliviar ese
sufrimiento.
Lo que en realidad
me empuja a esta reflexión es la diferencia entre sentir compasión ante
determinadas situaciones o ser alguien compasivo, porque no creo que haya nadie
que en algún momento no sienta compasión hacia algo, pero en mi opinión esto no
le convierte en una persona compasiva.
No es infrecuente
llegar a identificarse con el sufrimiento de otros, aunque también suele
coincidir con situaciones en que conforme a nuestros valores nos parecen
injustas, incluso siendo padecidas por personas desconocidas y por tanto ajenas
a nuestro entorno. Y sí, no tengo ninguna duda para considerarlo un acto de
compasión, pero…
Hay sufrimientos o
penas ajenas que nos parecen merecidas y aunque suene fuerte, a veces deseadas:
“¡Sí es que se lo merece!, ¡Me alegro!”, pueden ser expresiones que vienen a
nuestra cabeza hacia personas sobre las que tenemos un concepto negativo,
sentimos desconfianza o tenemos una conversación incompleta, lo que no se
parece en nada a la compasión, puede ser resentimiento, envidia o cualquier
otro percepción de signo negativo.
La compasión ocasional
o la insensibilidad de los posibles sufrimientos ajenos, es la negación del
carácter compasivo de la persona, la condición de compasivo solo se adquiere
cuando dicho sentimiento no es
esporádico o cuando no es hacia unos sí y hacia otros no, por el contrario
poseer la compasión entre las capacidades habituales nos ayuda a crecer y nos
demanda cultivar sentimientos de empatía o proximidad hacia los demás.
Normalmente,
proyectamos la compasión hacia los demás, y nos olvidamos de sentirla hacia
nosotros mismos, sin tener en cuenta que, ante determinados hechos, sentir
compasión de nosotros mismos nos va a ayudar a aumentar nuestra autoestima. Ser
compasivo con uno mismo no significa evitar o negar lo que necesitas ver, y los
aspectos de tu personalidad que necesitas trabajar.
Para ello no
debemos confundir la compasión con la autocompasión, En el primer caso,
comprendemos nuestros sentimientos e intentamos aliviar nuestro dolor, en el
segundo, nos limitamos a sentir pena por nosotros mismos, sin intentar salir de
esa situación que nos resulta dolorosa. La compasión es un acicate para
mejorar, mientras que la autocompasión es limitadora.
El hecho de ser
compasivos con nosotros mismos nos ayudará a comprender y perdonar nuestros
fallos, a admitir como propio todo aquello que de otra forma podríamos incluso
reprocharnos, desestimando con ello la oportunidad de corregir y mejorar. Pero
mientras su parónimo “con pasión” nos pide furor y vehemencia, la verdadera
“compasión” exige serenidad, respeto y empatía.