El pesimismo es un
estado de ánimo que comparte postura con una doctrina filosófica que afirma que
vivimos el peor de los mundos posibles, un mundo en el que nuestro destino es
pretender lo que nunca tendremos. El pesimista es propenso a ver y juzgar las
cosas en su aspecto más desfavorable, suele ser una persona depresiva,
criticona, disconforme y quejosa. El pesimista no solo se garantiza el auto
sufrimiento, sino que con su actitud contagia y complica la vida de los que
están a su lado; como diría mí añorada madre, se complace en poner palos en la
rueda.
Creo que nadie
pondrá en duda el hecho de que a lo largo de nuestra vida habremos de hacer
frente a situaciones difíciles de sobrellevar y de superar, pero la realidad se
puede apreciar desde ángulos muy diferentes, que nos proporcionan distintos
puntos de vista y en la medida en que nuestra perspectiva sea más amplia, más
posibilidades tendremos de acometer problemas, única conducta que nos conduce a
soluciones pues los problemas no desaparecen solos, el tiempo únicamente los
enquista o adormece.
Sin embargo, la
fuerza del pesimismo reside en la enfatización de los elementos negativos que
se pueden encontrar en todo proceso, minimizando con ello toda probabilidad de
salir airoso; desde luego esta no es una postura realista como el pesimista
cree, es más bien una visión miope al empeñarse en ver solo lo negativo y
esconde una gran falta de confianza en uno mismo e incluso en los demás.
Si cayese al cauce
de un rio bravo y caudaloso intentaría salir y si no puedo gritaría con todas
mis fuerzas pidiendo ayuda, una vez acabado todo, si mi talante es optimista
daría gracias por la suerte de que alguien me oyese y pudiese rescatarme,
aprendiendo además una lección: la próxima vez deberé tener más cuidado no
sabía que un rio bravo y caudaloso podía suponer tanto peligro. Pero si mi
condición es la de pesimista mi proceder se quedará en reconocer que estoy
gafado, lo nefasta que es mi suerte o que voy a ser el hazmerreír de los amigos
y no aprenderé ninguna lección.
Las experiencias
nada agradables pueden suponer un anclaje al pasado y un inhibidor de
experiencias futuras al condicionarnos, mediante ciertas dosis de temor ante
posible situaciones de apariencia placentera, pero que filtraremos en exceso
hasta percibirlas con desconfianza y reserva, sin embargo el único antídoto es
el optimismo y la creatividad junto al atrevimiento de exponernos a ciertos
riesgos.
“Qué más quisiera
yo que ser optimista, pero la vida me ha hecho ser realista”. Afirmación
perniciosa basada en que las personas son como son y que cualquier esfuerzo por
cambiar el carácter es inútil, afirmación falsa y que simplemente esconde una
renuncia al esfuerzo y compromiso de cambiar.
Es cierto que la
personalidad de cada uno se compone de elementos básicos adquiridos en los
primeros años de nuestra vida, pero se moldea una y otra vez con conductas
aprendidas y sobre estas se puede trabajar. Todos creemos ser de un modo determinado,
pero solo es suficiente una mirada retrospectiva a los últimos cinco o diez
años para comprobar cómo hemos evolucionado o transformado algunos de nuestros comportamientos
¡Y si la vida nos cambia! ¿Por qué no podemos hacerlo nosotros de forma voluntaria?
Una buena parte de
tu responsabilidad personal deberá decidir entre permitir que te instales en la
amargura, el pesimismo y el desinterés, o que cambies esa tendencia en
beneficio propio y de todos aquellos que te rodean.
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