Gilí es una
expresión coloquial que cuenta con sinónimos como tonto o lelo, lo que me
permite afirmar que en la actualidad componen una especie más que abundante, una
especie que se siente inmunizada ante la conveniencia y obligación de guardar
un cierto respeto hacia los demás.
Algunos alcanzan
tal nivel de necedad desde un innegable talento mientras que otros lo hacen
desde su simple gilipollez, pero al final todas suelen ser personas equivocadas
sobre su grandeza, se ven como alguien extraordinario y merecedores de ser
inmortalizados por la historia, son los elegidos por una fuerza superior que
los dignifica y diferencia del común de los mortales, una fuerza que les
legitima para no verse comprometidos con las más elementales reglas de
convivencia, llegando incluso a un comportamiento déspota con los demás.
Ejemplos de
personas con talento, pero sin tacto, podríamos encontrarlos en Cela, Umbral o
Picasso, pero al menos estos nos dejaron un gran legado, que a nivel particular
te puede gustar o no pero de innegable trascendencia, por el contrario, el otro
subgénero de gilís responde a personas tan vacías que lo único que trasciende
de ellos es la incomodidad y malestar que generan a su alrededor.
El gilí no admite
la idea de igualdad, “no todos podemos estar a la misma altura”, Consideran
estar en un estadio superior, es precisamente eso lo que les confiere el
derecho a no someterse a límite alguno, se auto sitúan en un plano que les
lleva a mirar a los demás desde arriba y cualquier demanda de reconocimiento de
quienes no están en dicho plano la tratan con desdén.
Su talento, su
poder o su dinero, les confiere la percepción de sentirse autorizados a actuar
como quieran, jamás reconocerán que su comportamiento pueda invadir
sentimientos e incluso la dignidad ajena, simplemente creen actuar como les
corresponde.
Los que así se
comportan pero nos dejan la obra de su talento no están ni mucho menos libres
de pecado, tal vez debería decir culpa, pero al menos y aunque sea desde su
gallardía cuando se van no se llevan todo, siempre nos dejan su parte creativa;
obviemos su orgullo y quedémonos con su esfuerzo, no justifiquemos su
comportamiento pero agradezcamos la herencia, fuente de múltiples aprendizajes.
Nos quedan los
insulsos, los gilís por pretenciosidad, personas a las que no podemos tratar de
cambiar, su orgullo no lo permite, son fatuos y con frecuencia ridículos pero
nunca lo admitirán, se consideran poseedores de genes que les hacen sobresalir
del resto, algo que promueve el desencuentro con quienes les rodean, pero que
paradójicamente refuerza su convicción como seres superiores o elegidos.
A los primeros, a
los que nos ofrecen o regalan su talento les podemos otorgar nuestra admiración
aun sin exculparles de su displicencia, a los vacios que son la mayoría debemos
intentar evitarlos, no pasan de ser seres con desórdenes narcisistas que nunca
consentirán una relación de igual a igual, por cierto, estos últimos suelen ser
fácilmente reconocibles por la soledad que les rodea.
Tan diferente es el
plano en que se sitúan del que nos sitúan que cualquier intento por hacerles
comprender la necesidad de un cambio resultará baldío.
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