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miércoles, 8 de mayo de 2013

EL GILÍ...



Gilí es una expresión coloquial que cuenta con sinónimos como tonto o lelo, lo que me permite afirmar que en la actualidad componen una especie más que abundante, una especie que se siente inmunizada ante la conveniencia y obligación de guardar un cierto respeto hacia los demás.
Algunos alcanzan tal nivel de necedad desde un innegable talento mientras que otros lo hacen desde su simple gilipollez, pero al final todas suelen ser personas equivocadas sobre su grandeza, se ven como alguien extraordinario y merecedores de ser inmortalizados por la historia, son los elegidos por una fuerza superior que los dignifica y diferencia del común de los mortales, una fuerza que les legitima para no verse comprometidos con las más elementales reglas de convivencia, llegando incluso a un comportamiento déspota con los demás.
Ejemplos de personas con talento, pero sin tacto, podríamos encontrarlos en Cela, Umbral o Picasso, pero al menos estos nos dejaron un gran legado, que a nivel particular te puede gustar o no pero de innegable trascendencia, por el contrario, el otro subgénero de gilís responde a personas tan vacías que lo único que trasciende de ellos es la incomodidad y malestar que generan a su alrededor.
El gilí no admite la idea de igualdad, “no todos podemos estar a la misma altura”, Consideran estar en un estadio superior, es precisamente eso lo que les confiere el derecho a no someterse a límite alguno, se auto sitúan en un plano que les lleva a mirar a los demás desde arriba y cualquier demanda de reconocimiento de quienes no están en dicho plano la tratan con desdén.
Su talento, su poder o su dinero, les confiere la percepción de sentirse autorizados a actuar como quieran, jamás reconocerán que su comportamiento pueda invadir sentimientos e incluso la dignidad ajena, simplemente creen actuar como les corresponde.
Los que así se comportan pero nos dejan la obra de su talento no están ni mucho menos libres de pecado, tal vez debería decir culpa, pero al menos y aunque sea desde su gallardía cuando se van no se llevan todo, siempre nos dejan su parte creativa; obviemos su orgullo y quedémonos con su esfuerzo, no justifiquemos su comportamiento pero agradezcamos la herencia, fuente de múltiples aprendizajes.
Nos quedan los insulsos, los gilís por pretenciosidad, personas a las que no podemos tratar de cambiar, su orgullo no lo permite, son fatuos y con frecuencia ridículos pero nunca lo admitirán, se consideran poseedores de genes que les hacen sobresalir del resto, algo que promueve el desencuentro con quienes les rodean, pero que paradójicamente refuerza su convicción como seres superiores o elegidos.
A los primeros, a los que nos ofrecen o regalan su talento les podemos otorgar nuestra admiración aun sin exculparles de su displicencia, a los vacios que son la mayoría debemos intentar evitarlos, no pasan de ser seres con desórdenes narcisistas que nunca consentirán una relación de igual a igual, por cierto, estos últimos suelen ser fácilmente reconocibles por la soledad que les rodea.
Tan diferente es el plano en que se sitúan del que nos sitúan que cualquier intento por hacerles comprender la necesidad de un cambio resultará baldío.

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