¿Qué haces ahí dejándote
mecer pasivamente, entre placentero y penoso, por quién llamamos destino?
¿Acaso nadie te ha hablado de que las personas somos libres de elegir? ¿Aun no
eres consciente de que el destino, si es que existe, es una fuerza desconocida
e incontrolable que queda fuera de nuestra voluntad, mientras que la opción de
elegir nos proporciona una identidad propia?
Al ejercer nuestro
derecho a elegir podemos cometer errores, pero también aciertos, pero tanto
unos como otros serán propios, hemos de ejercitarnos en aprender de unos y
disfrutar de los otros, me gustaría aquí parafrasear a Dwight D. Eisenhower
cuando dijo: “La historia del hombre libre nunca está escrita por el azar sino
por la elección, su propia elección”.
La facultad de elegir nos proporciona una
dimensión que nos permite transitar desde el estímulo a la respuesta,
convirtiéndose en un espacio en el que poder desarrollar nuestra libertad,
potenciar nuestro crecimiento y ¿Por qué no? ¡Encontrar la felicidad!, pensemos
que el ejercicio de actuar con libertad reafirmará nuestro potencial y nuestras
posibilidades de protagonizar nuestro futuro.
Sorprendentemente,
no son pocas las personas que no quieren asumir que su vida depende
fundamentalmente de su libertad, que huyen de la responsabilidad de elegir y
flaquean ante la carga de valor preciso para hacerlo, terminan sintiéndose más
cómodas en el facilismo de ser las víctimas de las conjuras ajenas, del
infortunio de lo que les sucede.
La gran paradoja de
no elegir reside en la propia elección y es que la renuncia a no elegir, en sí
misma, es otra elección, pero se elige una actitud de abandono, de pasividad;
esto puede empobrecer nuestra propia vida que como mínimo la deslucirá y nos
privará de cualquier posibilidad de control sobre lo que deseamos ser, en el
mejor de los casos nos restará autenticidad.
Elegir requiere
cierta dosis de valentía; audacia y corazón son elementos precisos para
adquirir la capacidad de elegir pero no son suficientes, es preciso ser capaz
de afrontar con gallardía lo que fuimos, lo que somos y lo que queremos ser.
Todo pasa por aceptarnos a nosotros mismos y nuestras circunstancias para
construir desde nuestra realidad.
No voy a negar que
en algunos momentos me haya podido sentir atenazado ante la necesidad de elegir
y puedo decir que me arrepiento de todas aquellas veces en que no lo hice. Si
eliges aciertas o no, si no lo haces siempre te quedará la duda de lo que te
pudiste perder. Un acierto es festejable, un error es subsanable, pero la
renuncia a la libertad de elegir es una vacilación de pensamiento o sentimiento
que puede perseguirte durante mucho tiempo.
No hablo de
alcanzar una prosperidad material, sencillamente emocional, hablo de la
gratificación de asumir el protagonismo de lo que nos sucede. Si por la razón
que sea tenemos la facultad y libertad de elegir, de alguna manera se nos ha
conferido la potestad de encauzar nuestra vida, de tomar decisiones en función
de nuestros valores, en lugar de entregarnos al albur de lo que nos rodea.
Nos puede gustar
más o menos, pero nuestra vida y adonde hemos llegado, es el fruto de nuestras
decisiones, es decir, del uso que hemos hecho, o estamos haciendo, de nuestra
capacidad de elegir.
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