El mito popular
afirma que el camaleón cambia de color en función del entorno o circunstancias
en las que se encuentra y aunque esto es cierto, solo lo es parcialmente, la
realidad es que el rango camaleónico va desde algunas especies capaces de un
cambio de color bastante notable hasta otras que no cambian en absoluto.
Curiosamente, los científicos coinciden que los mayores o menores cambios de
color del camaleón no obedecen a motivos de camuflaje sino que son respuestas
sujetas a emociones o situaciones de estrés, en definitiva son cambios de color
provocados por estímulos sensoriales externos.
Hoy, el “efecto
camaleón” lo hemos trasladado como concepto aplicable a los seres humanos
siendo el alcance de dicho efecto distinto, en función de la razón que lo
propicia. Yo distingo cuando menos dos efectos camaleónicos diferentes, uno de
carácter colectivo y otro estrictamente individual.
El “efecto
camaleón” de carácter colectivo, próximo a la condición biológica otorgada al
camaleón como especie animal, se le conoce como “contagio emocional”, es un
efecto espejo, supone la tendencia a sentir e interiorizar emociones similares
a las que observamos, sin renunciar al poder de condicionar las de otros, es un
proceso en el que las personas son influidas y a la vez ejercen influencia
sobre las emociones y comportamientos propios y ajenos. Este efecto camaleón es
fácil de reconocer si asistimos a grandes eventos como conciertos, encuentros
de futbol, etc.
El contagio
emocional provoca reacciones corporales como expresiones faciales y posturas
inconscientes, sin olvidar que somos capaces de copiar aspectos relacionados
con el lenguaje como el tono de voz, el acento o el léxico, también es cierto
que la capacidad de mimetismo ante estímulos externos de las personas no es
uniforme y que en este ámbito nos movemos en un gran abanico de permeabilidad
sensitiva y desde luego no es conveniente olvidar que también influye el clima
emocional previo a la señal recibida y sin que sea lo mismo, contagio emocional
y empatía se encuentran próximos en nuestra conducta.
Muchos estudios han
demostrado que quienes comparten espacios de relación, en cualquier área
(social, laboral, familiar) acaban compartiendo también los estados de ánimo y
los sentimientos. Los cuales se contagian de una persona a otra, ya sea el
humor, optimismo, entusiasmo, enfado, frustración… etc. Resulta sorprendente
pensar en la gran capacidad que tenemos las personas para contagiar nuestras
emociones a todos aquellos que nos rodean y contagiarnos de las de los demás.
Sin embargo, en mi
opinión, la segunda dimensión del llamado “efecto camaleón” es sin duda alguna
perniciosa, no es una respuesta a un estímulo ambiental, no es un reflejo de
una emoción externa, es simplemente un disfraz y seguramente no para pasar
desapercibidos.
El efecto camaleón
individual, lejos de ser un contagio emocional es artificioso, pretendido, en
general es un subterfugio para disimular ideas, pensamientos, sentimientos o
emociones, responde a la intención de mostrarse como se desea ser, o peor aún,
como creemos que a los demás les gustaría que fuéramos, pero no, esto no es lo
peor, lo más descalificable es cuando se utiliza este efecto camaleón para
“cambiar de chaqueta” o esconder un interés o conveniencia personal con engaño
y afán cicatero.
El efecto camaleón cuando
responde al ámbito del contagio emocional muestra receptividad y sensibilidad a
comportamientos externos, mientras que si lo hace ante propósitos personales no
pasa de ser un camuflaje artificioso que acaba, tarde o temprano siendo
evidente y mostrando la pretensión de apropiarnos de las sensaciones de los
demás, lo que suele terminar distanciándonos de nuestro objetivo aunque sea de
forma retardada.
Mientras el “contagio
emocional” es algo próximo a la empatía, el efecto camaleón individual resulta
pretencioso y superficial, una costra que tarde o temprano se cae para mostrar
la verdadera piel.
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