Según el
diccionario de la Real Academia Española, casualidad es la “combinación de
circunstancias que no se pueden prever ni evitar”, y causalidad es la “ley en
virtud de la cual se producen efectos”. Pero mientras hay corrientes
doctrinales que niegan la existencia de la casualidad (todo ocurre por algo),
otras se aferran a ella, mientras aquellas afirman que todo es “causal”, estas
aseveran lo contrario.
Otro aspecto interesante
lo podríamos encontrar en la frase “Nada es por casualidad” lo que abogaría por
una doctrina “causal” y que sin duda todos hemos escuchado en numerosas
ocasiones, sin embargo lo más frecuente es encontrar una tendencia mental que
nos permite conferir el carácter de “casual” a la mayoría de las cosas que nos
suceden, lo que nos convierte en destinatarios de lo inevitable.
También existen
teorías que postulan las dicotomías como elementos propicios “para pensar”, y
aunque admito la existencia de alternativa como un factor de reflexión y
preferible al pensamiento único, la dicotomía es algo que me recuerda el blanco
y negro, no sé si es preciso agrupar todos los sucesos en casualidades o
causalidades, como si no hubiera nada intermedio, aunque hemos demostrado que
nos resulta útil pues nos ayuda a simplificar lo que pensamos y sentimos.
Creo que ambas se
dan en nuestro devenir diario y lo importante es acostumbrarnos a clasificarlas
convenientemente, por ejemplo:
Si estoy en el
súper haciendo la compra y me encuentro frente a frente con una persona que
hacía bastante tiempo que no veía, razonablemente pensaré en una casualidad,
una coincidencia inesperada. Sin embargo, el hecho de que estés leyendo este
Blog, aunque suene un tanto arrogante, no es una casualidad, la causa es que en
alguna ocasión has leído algo que te ha gustado y por ello vuelves a entrar.
Dado que la vida no
está exenta de un cierto nivel de complejidad podemos confundir casualidad con
causalidad y en su distinción hemos de poner nuestro esfuerzo, no somos
marionetas en manos del azar (que existe), la vida no es un accidente regido
por las coincidencias (que existen); lo primero que hemos de pensar es si el
suceso guarda relación con nuestras conductas. Hay quién defiende que la vida
es como el eco y te devuelve aquello que lanzas.
La perversidad de
la confusión puede conducirnos a considerar que las situaciones incómodas que
nos suceden en la vida nos sitúan en posición de víctimas, ante lo injusto que
es el mundo con nosotros, lo que no pasa de convertir la casualidad en un
alegre canto de sirenas con la pretensión, a veces inconsciente, de que ello
aligerará nuestra carga y responsabilidad ante lo que nos acontece, pero esto
no siempre es cierto.
Aunque más
identificado con el término causalidad no puedo negar la casualidad, no puedo
abrazar sin fisuras que todo sucede por algo, que nada pasa por casualidad; por
ello creo que con independencia del origen o principio del acontecimiento, ineludible
o inferido desde nuestra conducta, lo fundamental es obtener un aprendizaje con
independencia de lo que lo ocasione.
Al final nuestro
instinto en pos del confort personal nos empuja una vez más a la dicotomía, en
este caso entre casualidad y causalidad, esta situación no elimina la
obligación de decidir, pero simplifica el número de opciones que nos podríamos
plantear, y es justamente ante dicha situación cuando hemos de enfrentarnos a
la gran decisión:
¿Me conformo con la
comodidad de justificar lo sucedido en función de la casualidad, o antes de
hacerlo apelo a la honestidad conmigo mismo por si yo fuera la causa?
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