La mente del ser humano por la cantidad de información
que recibe y acumula puede generar, con mayor o menor frecuencia, algo así como
falsas realidades, es lo que algunos llaman distorsión de una percepción
sensorial o de manera más popular “ilusión”.
Hay corrientes doctrinales empeñadas en circunscribir el
término ilusión al ámbito de lo “ilusorio” (sinónimo de engañoso, irreal o
ficticio), es decir, algo carente de valor o efecto alguno y señalan como motor
de la ilusión a la estupidez, aspecto que se afianza mediante las raíces de la
inocencia o la credulidad.
Antes de seguir con dicha corriente doctrinal me gustaría
desdramatizar el concepto “estupidez” que tan mala fama tiene; realmente
estupidez es la torpeza notable en comprender las cosas y en esta acepción
(única que nos da la RAE), la pregunta es: ¿Quién no tiene en su vida episodios
ocasionales de estupidez? Dicho esto puedo añadir que tales doctos identifican
la inocencia como la forma activa de la estupidez y la credulidad como su forma
pasiva.
Mientras que el inocente llega hasta la ilusión porque
goza de ella y ni los eventuales fracasos le disuaden de estar en el camino de
la felicidad, el crédulo no se reconoce en ella. Para el inocente, la
constatación de que una ilusión termine mostrándose como una opción baldía
puede desembocar en una frustración personal precisando superar un bache
emocional; por el contrario, el crédulo que no se considera cautivo de ilusión
alguna se mantendrá dentro del posible error parapetado en su creencia
inquebrantable, donde no hay sitio para la razón.
Sin duda este posicionamiento doctrinal presenta sus
argumentos, pero… ¿Son incuestionables? La cerrazón de que así debe ser a mí me
permite preguntarme si se estructuran desde la inocencia o desde la credulidad,
aunque tampoco tengo intención alguna de discutirlos.
Mi propia ilusión es tener otro concepto de la “ilusión”,
concebirla como una emoción que me permite disfrutar de otras como el optimismo
o la alegría, citaré algunos ejemplos:
La
ilusión previa a realizar un viaje: Proyectos y deseos que tienes
intención de materializar y que inmortalizarás en tu recuerdo, con una foto, un
instante, un detalle, en definitiva con elementos que te han permitido
convertir una ilusión en una realidad y que permanecerán contigo.
Las
ilusiones ópticas: Composiciones que alteran la percepción de
las dimensiones relativas, en definitiva imágenes que estimulan nuestra
imaginación como si fueran posibles aun a sabiendas de que hay un engaño en su
representación.
Magia
o Ilusionismo: Que no es otra cosa que el arte de producir
fenómenos que parecen contradecir los hechos naturales, este es un engaño
consentido por la diversión que nos proporciona.
En mi opinión en ninguno de estos ejemplos hay inocencia
o credulidad y aunque probablemente carezcan de las bases analíticas de los
argumentos esgrimidos por las corrientes doctrinales citadas al principio, son
de uso común y a mí me resultan más gratificantes.
Cuando la ilusión es germen del engaño sin duda es
nociva, cuando es un estímulo por o para algo, es deseable.
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