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miércoles, 20 de febrero de 2013

ESCLAVOS DE LAS MANÍAS



En más de una ocasión, dentro y fuera de este Blog, he defendido los hábitos, como conductas deseables al constituir un modo especial de proceder, adquiridos por la repetición de actos iguales o semejantes y que se manifiestan como tendencias instintivas con el considerable ahorro de energía tanto mental como emocional, pero también suelo decir que, dado que nuestros hábitos provienen de experiencias pasadas y que lo único que no cambia es “el cambio”, que es permanente, su revisión resulta más que aconsejable pues algunos de ellos que otrora fueron necesarios o aconsejables hoy pueden resultar un lastre.
También solemos erróneamente llamar “hábito” a una preocupación caprichosa y repetitiva que nos provoca algo cuando no pasa de ser una simple extravagancia, cuando no va más allá de un comportamiento peculiar o fuera de lo común y que sin paliativo alguno deberíamos identificar como “MANÍA”.
Admito que en el terreno de los hábitos podríamos hablar de dos claras categorías: Los deseables y los desdeñables, configurándose los primeros como aquellas conductas que nos aportan elementos de crecimiento en lo personal, lo profesional y en definitiva en ambos ámbitos y configurándose los segundos como las que nos cercenan o dificultan dicho crecimiento. Sin embargo, me parece que ninguna de las dos categorías tienen mucho que ver con las manías, mientras aquellos suman o restan, estas solo distorsionan.
Una “MANÍA” es una conducta aparentemente inofensiva, ¿Quién no ha evitado pisar las líneas de las baldosas cuando camina por la calle?, ¿Quién no ha sumado los números de las matriculas para comprobar si el resultado era múltiplo de 9 de 7 o del número preferido?, ¿Quién se resiste a contar las filas de butacas del auditorio o teatro al que ha acudido?, ¿A comprobar una y otra vez si los grifos están cerrados, la luz apagada o la puerta cerrada? O…
Pequeñas manías inocuas, al menos en apariencia, pero si esas manías adquieren el derecho a ser escritas con mayúsculas se convierten en “MANÍAS” y es ahí donde empiezan los problemas, se convierten en conductas obsesivas y compulsivas que afectan a la estabilidad de la persona y se extienden a su entorno, pueden incluso llegar a ser el umbral de conductas patológicas que no solemos reconocer y por tanto admitir.
Es relativamente fácil encontrar un argumento tras cada hábito, sea deseable o desdeñable, incluso con independencia del peso específico de dicho argumento. Tras una manía no hay argumento, quien la práctica desconoce sus motivos, ha de hacerlo para calmar un estado de ansiedad aunque sea de forma inconsciente, pero hacerlo le otorga una tranquilidad que no llega a quienes le rodean que pueden haber percibido ese estado de ansiedad pero no el bálsamo de su práctica.
Desde luego renuncio a enumerar las manías más frecuentes, pues son infinitas y variopintas, aunque la mayoría provienen del ámbito del orden, la limpieza o la seguridad. Aunque creo que la más típico es la incapacidad o resistencia a deshacerse de ropa y objetos que han dejado de sernos útiles pero que guardamos “por si acaso”. Yo tengo identificadas unas cuantas personales, pero pondré el cierre con una manía que me ha proporcionado más de un disgusto o discusión como es y estoy tratando que no sea, mi rigidez extrema en la puntualidad, tanto propia como ajena.
Desconozco el antídoto “anti-manías” pero me gustaría compartir, como recomendación, lo que yo trato de aplicarme desde hace algunos años: El antídoto es la observación del impacto de nuestras “peculiaridades” en quienes nos rodean. Ser capaz de modificar aquellas que entendamos que incluso llegan a sacar de quicio a nuestro entorno nos proporcionará satisfacciones suficientemente gratificantes.
¡Es tu turno!

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