En más de una
ocasión, dentro y fuera de este Blog, he defendido los hábitos, como conductas
deseables al constituir un modo especial de proceder, adquiridos por la
repetición de actos iguales o semejantes y que se manifiestan como tendencias
instintivas con el considerable ahorro de energía tanto mental como emocional,
pero también suelo decir que, dado que nuestros hábitos provienen de
experiencias pasadas y que lo único que no cambia es “el cambio”, que es
permanente, su revisión resulta más que aconsejable pues algunos de ellos que
otrora fueron necesarios o aconsejables hoy pueden resultar un lastre.
También solemos
erróneamente llamar “hábito” a una preocupación caprichosa y repetitiva que nos
provoca algo cuando no pasa de ser una simple extravagancia, cuando no va más
allá de un comportamiento peculiar o fuera de lo común y que sin paliativo
alguno deberíamos identificar como “MANÍA”.
Admito que en el
terreno de los hábitos podríamos hablar de dos claras categorías: Los deseables
y los desdeñables, configurándose los primeros como aquellas conductas que nos
aportan elementos de crecimiento en lo personal, lo profesional y en definitiva
en ambos ámbitos y configurándose los segundos como las que nos cercenan o
dificultan dicho crecimiento. Sin embargo, me parece que ninguna de las dos
categorías tienen mucho que ver con las manías, mientras aquellos suman o
restan, estas solo distorsionan.
Una “MANÍA” es una
conducta aparentemente inofensiva, ¿Quién no ha evitado pisar las líneas de las
baldosas cuando camina por la calle?, ¿Quién no ha sumado los números de las
matriculas para comprobar si el resultado era múltiplo de 9 de 7 o del número
preferido?, ¿Quién se resiste a contar las filas de butacas del auditorio o
teatro al que ha acudido?, ¿A comprobar una y otra vez si los grifos están
cerrados, la luz apagada o la puerta cerrada? O…
Pequeñas manías
inocuas, al menos en apariencia, pero si esas manías adquieren el derecho a ser
escritas con mayúsculas se convierten en “MANÍAS” y es ahí donde empiezan los
problemas, se convierten en conductas obsesivas y compulsivas que afectan a la
estabilidad de la persona y se extienden a su entorno, pueden incluso llegar a
ser el umbral de conductas patológicas que no solemos reconocer y por tanto
admitir.
Es relativamente
fácil encontrar un argumento tras cada hábito, sea deseable o desdeñable,
incluso con independencia del peso específico de dicho argumento. Tras una
manía no hay argumento, quien la práctica desconoce sus motivos, ha de hacerlo
para calmar un estado de ansiedad aunque sea de forma inconsciente, pero
hacerlo le otorga una tranquilidad que no llega a quienes le rodean que pueden
haber percibido ese estado de ansiedad pero no el bálsamo de su práctica.
Desde luego
renuncio a enumerar las manías más frecuentes, pues son infinitas y
variopintas, aunque la mayoría provienen del ámbito del orden, la limpieza o la
seguridad. Aunque creo que la más típico es la incapacidad o resistencia a
deshacerse de ropa y objetos que han dejado de sernos útiles pero que guardamos
“por si acaso”. Yo tengo identificadas unas cuantas personales, pero pondré el
cierre con una manía que me ha proporcionado más de un disgusto o discusión
como es y estoy tratando que no sea, mi rigidez extrema en la puntualidad,
tanto propia como ajena.
Desconozco el
antídoto “anti-manías” pero me gustaría compartir, como recomendación, lo que
yo trato de aplicarme desde hace algunos años: El antídoto es la observación
del impacto de nuestras “peculiaridades” en quienes nos rodean. Ser capaz de
modificar aquellas que entendamos que incluso llegan a sacar de quicio a
nuestro entorno nos proporcionará satisfacciones suficientemente gratificantes.
¡Es tu turno!
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