¡Quiero ser el que toma las decisiones! Es algo que me
dije a mi mismo desde la niñez hasta la adolescencia. No entendía que siempre
fuesen mis padres los que tomaban las decisiones por mí.
¡Quiero ser el que toma las decisiones! La historia se
repetía cuando los que tomaban las decisiones eran mis profesores, yo seguía
esclavizado por las decisiones de otros.
¡Quiero ser el que toma las decisiones! Más tarde pensé y
me dije lo mismo cuando percibía que los que tomaban las decisiones eran mis
jefes.
¡Quiero ser el que toma las decisiones! Esa sensación se acervó
cuando tuve la sensación de que hasta los legisladores tomaban mis decisiones
al marcarme los límites de lo que podía o no podía hacer.
Pero en un momento dado... fui consciente de que yo
también estaba tomando decisiones. Y además me cercioré de lo difícil que es el
ejercicio de decidir y más hacerlo de forma permanente. Decisiones en mi vida
personal, decisiones en mi carrera, decisiones en mi trabajo. También comprendí
que detrás de una decisión hay una responsabilidad y un compromiso con aquellos
a quienes va a afectar la decisión que acabas de tomar.
Esta última reflexión logró provocar en mi cierto vértigo
y recordar la vieja reivindicación, aquella que repetía una y otra vez de ¡Quiero
ser el que toma las decisiones! Al constatar que cada vez que tomaba una
decisión era como una “acción-reacción” que no solo me afectaba a mí sino que
alcanzaba a otros, sentí cierto arrepentimiento respecto a lo que pensé de
quienes consideraba que eran usurpadores de mi derecho a decidir.
Fue en ese momento cuando comprendí que no tomaban
decisiones por mí, sino que tomaban aquellas decisiones que su responsabilidad
les dictaba como las preferibles en cada situación, como las necesarias aunque
los afectados pudiéramos no entenderles, pero no he sido consciente de ello
hasta comprobar que mis añoradas decisiones, aun considerándolas las más
adecuadas podían hacer que algunos pensaran lo que yo pensé y digan ¡Quiero ser
el que toma las decisiones!
Admito que dado que nadie es perfecto, padres,
profesores, jefes y legisladores pueden cometer errores en algunas de sus
decisiones, pero sobre todo padres y profesores (no todos) no eluden su
responsabilidad y compromiso con la decisión tomada, por ello esta reflexión me
gustaría llegase a considerarse como una disculpa por lo que no entendí y un
ensalzamiento a su fuerza y convicción de estar haciendo lo que entienden es
preferible.
La toma de decisiones frecuentemente te coloca ante el
dilema de elegir entre más de una solución, no sé, pero a mí eso me hizo
recordarles; en más de una ocasión me hubiese gustado contar con el apoyo de mis padres, de algunos
profesores y de aquellos jefes que además fueron líderes, ayuda para elegir la
mejor opción y no tener que hacerlo en solitario, como sucede la mayoría de las
veces que has de decidir.
Mucho de lo que hace tiempo me molestó, sé que me podría
haber ahorrado mucho estrés, tal vez podría haber elegido mejor, y aprovechar
más los momentos y oportunidades, pero hoy tomo mis decisiones y trato de
hacerlo con responsabilidad y compromiso, lo que no va a impedir que otros
piensen ¡Quiero ser el que toma las decisiones!
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