Si acudimos, como
hago con frecuencia, al diccionario constataremos que define La Ambición como:
“Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas,
dignidades o fama”. En mi opinión esta forma de definirla, con cierto sesgo
negativo, adolece de una segunda acepción que apunte hacia el
deseo de obtener algo importante, de tal manera que como seres humanos podemos
fijarnos metas ambiciosas, una ambición que nos mueve y motiva día a día, un
deseo por superarse y llegar mucho más lejos y lograr nuestros objetivos que
para algunos pueden resultar imposible; sin embargo para una persona ambiciosa
todo es posible con determinación, esfuerzo y dedicación.
Con definición
académica o sin ella estamos ante un concepto con una connotación ambigua, una
ambigüedad que es probable provenga de nuestra cultura, una cultura que predica
un conjunto de valores de lo que socialmente es mayoritariamente como correcto.
¿Ambición como avaricia o ambición como ansia de superación?
Yo concibo como
avaricia la ambición desmedida, incluso agresiva, por la acumulación de poder,
riquezas, dignidades o fama; por el contrario entiendo como ambición sana y
plausible la fuerza que mueve a las personas a orientar sus energías hacia nuevas
metas. A los
ambiciosos no les preocupa asumir riesgos, incluso cambiar lo cierto por lo
incierto, a los avariciosos sí. Pero es preciso asumir que un exceso de
ambición, como todo exceso, puede resultar peligroso mientras que la moderación
es fruto de la inteligencia.
Hay muchas
representaciones de la ambición como ciega, imprudente y peligrosa (por ejemplo
Ícaro); no obstante, una ambición equilibrada manifiesta un compromiso con
fuertes valores como la perseverancia y la ética, un buen propósito gobernado
por el buen sentido, un sentido capaz de asumir la responsabilidad de los actos
propios y sus consecuencias.
En cualquier
ámbito, nuestros actos han de estar presididos por los valores y creencias que
hemos adquirido a lo largo de nuestra vida, aunque sin negarnos a que algunas
convicciones puedan modificarse en función de las experiencias acumuladas.
Dichos valores y creencias nos llevan a discernir entre lo que consideramos
moral o inmoral y nos permite trazar los límites que no debemos traspasar para lograr
lo deseado.
La ambición es el
motor y a la vez el combustible, precisos para estimular el crecimiento, pero
requiere ser gestionada con mesura, la falta de moderación significaría cambiar
un posible éxito por un inevitable fracaso. Supondría trocar ambición por
avaricia con lo que ello supone. Una persona avariciosa podría dañarse a sí
misma o a los demás para conseguir lo que desea. La ambición por lo contrario,
tiene que ver con el deseo de ser mejor.
Por tanto, mi
conclusión es que la ambición puede ser virtud o pecado y dicha ambivalencia
puede suponer una trampa en nuestra comunicación interpersonal; si le dices a
alguien que es una “persona ambiciosa” y le ha pasado desapercibida tu
entonación, pueden aflorar diferencias significativas en su interpretación, o
cuando menos la duda de si la estás elogiando o descalificando.
Desde ahora me propongo, si utilizo esa adjetivación con
alguien, añadir una explicación o las razones que me conducen a hacerlo.
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