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miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA AMBICIÓN ¿SÍ O NO?



Si acudimos, como hago con frecuencia, al diccionario constataremos que define La Ambición como: “Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama”. En mi opinión esta forma de definirla, con cierto sesgo negativo, adolece de una segunda acepción que apunte hacia el deseo de obtener algo importante, de tal manera que como seres humanos podemos fijarnos metas ambiciosas, una ambición que nos mueve y motiva día a día, un deseo por superarse y llegar mucho más lejos y lograr nuestros objetivos que para algunos pueden resultar imposible; sin embargo para una persona ambiciosa todo es posible con determinación, esfuerzo y dedicación.
Con definición académica o sin ella estamos ante un concepto con una connotación ambigua, una ambigüedad que es probable provenga de nuestra cultura, una cultura que predica un conjunto de valores de lo que socialmente es mayoritariamente como correcto. ¿Ambición como avaricia o ambición como ansia de superación?
Yo concibo como avaricia la ambición desmedida, incluso agresiva, por la acumulación de poder, riquezas, dignidades o fama; por el contrario entiendo como ambición sana y plausible la fuerza que mueve a las personas a orientar sus energías hacia nuevas metas. A los ambiciosos no les preocupa asumir riesgos, incluso cambiar lo cierto por lo incierto, a los avariciosos sí. Pero es preciso asumir que un exceso de ambición, como todo exceso, puede resultar peligroso mientras que la moderación es fruto de la inteligencia.
Hay muchas representaciones de la ambición como ciega, imprudente y peligrosa (por ejemplo Ícaro); no obstante, una ambición equilibrada manifiesta un compromiso con fuertes valores como la perseverancia y la ética, un buen propósito gobernado por el buen sentido, un sentido capaz de asumir la responsabilidad de los actos propios y sus consecuencias.
En cualquier ámbito, nuestros actos han de estar presididos por los valores y creencias que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida, aunque sin negarnos a que algunas convicciones puedan modificarse en función de las experiencias acumuladas. Dichos valores y creencias nos llevan a discernir entre lo que consideramos moral o inmoral y nos permite trazar los límites que no debemos traspasar para lograr lo deseado.
La ambición es el motor y a la vez el combustible, precisos para estimular el crecimiento, pero requiere ser gestionada con mesura, la falta de moderación significaría cambiar un posible éxito por un inevitable fracaso. Supondría trocar ambición por avaricia con lo que ello supone. Una persona avariciosa podría dañarse a sí misma o a los demás para conseguir lo que desea. La ambición por lo contrario, tiene que ver con el deseo de ser mejor.
Por tanto, mi conclusión es que la ambición puede ser virtud o pecado y dicha ambivalencia puede suponer una trampa en nuestra comunicación interpersonal; si le dices a alguien que es una “persona ambiciosa” y le ha pasado desapercibida tu entonación, pueden aflorar diferencias significativas en su interpretación, o cuando menos la duda de si la estás elogiando o descalificando.
Desde ahora me propongo, si utilizo esa adjetivación con alguien, añadir una explicación o las razones que me conducen a hacerlo.

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