(Con
especial dedicación a todos aquellos que se han acordado de mí en este día)
Voy a saltarme lo del tirón de orejas que me parece más
un rito tribal que un mensaje de cariño hacia el homenajeado, para centrarme en
las intenciones y percepciones.
Ayer cumplí 61 años
y tengo que confesar que hoy me siento inmensamente feliz al comprobar la
cantidad, inesperada, de amigos y familiares que en persona, de forma
telefónica, a través de e-mails, mensajes MSN e incluso mediante comentarios en
Facebook, han querido hacerme notar su presencia y cercanía felicitándome en el
día de mi cumpleaños, he recibido comentarios y mensajes de todo tipo; tanto
los que podríamos llamar clásicos como algunos muy elaborados y muchos otros en
clave de humor, alguno de ellos con cierto contenido irónico, pero en todos
ellos he percibido calor y cariño, solo puedo decir que estoy sorprendido y
encantado por lo que he recibido de todos vosotros.
El calor, cariño y
felicidad que yo he sentido me hace difícil entender a esas personas que
afloran una carga de negatividad, a veces exacerbada, ante la proximidad de su
cumpleaños, y que prefieren no ser felicitados en ese día en que piensan se
hacen un año mayores, es como negarse a recibir el gran regalo que supone que
la gente se acuerde de ellos, en un día que les puede gustar más o menos, pero
que no deja de ser un día señalado, para ellos y para muchos que les quieren,
es como si renunciasen a la felicidad, en un día en el que hay muchas personas
dispuestas a hacérselo lo más agradable posible.
Cuando estoy ante
alguien que manifiesta un “trauma” ante la circunstancia de cumplir un año más,
he de hacer un esfuerzo por no preguntarle: ¿Preferirías no cumplirlo? Presenta
una compleja dicotomía que plantea una ecuación irresoluble, mantenerse en esta
vida sin cumplir años; nunca he oído hablar del síndrome de Dorian Gray pero
esta actitud me lo sugiere: ¡El deseo de la eterna juventud!, lo que en el
fondo esconde una sobredosis de narcisismo y admiración por sí mismo, al desear
por encima de todo conservar su apariencia, rechazando los signos externos del
paso del tiempo.
Por fortuna, existe
mucha gente, entre la que quiero incluirme, que disfrutan con la oportunidad de
seguir adelante junto a personas que demuestran su amistad y cariño, que
entienden cada felicitación como un regalo y año tras año disfrutan de ello con
ganas de celebrarlo. No se trata de añadir años a la vida, sino de dar vida a
los años. Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los
años.
No se envejece por
el mero hecho de cumplir años, se envejece cuando van desapareciendo de nuestro
horizonte compromisos, objetivos e ilusiones. Con veinte años el corazón sigue
a los ojos. A los sesenta también, pero la inevitable miopía exige la
colaboración de otros sentidos porque los años no vienen solos y hay que
agudizar todos nuestros recursos para descubrir que no hay años vacíos.
Los años son como
peldaños que debería permitirnos acceder a una mejor visión de las cosas que
nos suceden y esto no depende de haber vivido más sino de haberlo
experimentado, y es que siempre he pensado que en la edad son más importantes
los sentimientos que los años cumplidos. Mis cumpleaños y las felicitaciones que
reciba siempre serán gratificantes mientras pueda responderme afirmativamente a
la pregunta de: ¿Tengo sueños y objetivos por cumplir?
Estos días de
conjunción colectiva me parecen una celebración, y una puerta a “los aún” y a “los
todavía”, estás ahí para seguir haciendo cosas, cumplir con tus sueños y seguir
recibiendo besos, abrazos y felicitaciones. ¡GRACIAS!
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