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miércoles, 31 de octubre de 2012

LA ARROGANCIA



Arrogancia, altanería, altivez, soberbia…, no son pocas las palabras de las que disponemos para referirnos al envanecimiento o apetito desordenado que puede mostrar alguien por presentarse de forma sobresaliente en cualquier ámbito de su vida, para ser reconocido en una posición predominante, pero lo llamemos como lo llamemos no es sino un orgullo desmedido que proyecta todo aquel que se considera perteneciente a una clase superior.
Pero la arrogancia o soberbia no solo se da en el terreno de la presuntuosidad porque alguien infle su autovaloración llegándose a creer estar por encima de otros, también lo hace en el territorio del desprecio con el objetivo de humillar o rebajar a otros para que se sientan inferiores, débiles o incompetentes.
La arrogancia es como un pedestal sobre el que de forma voluntaria se coloca el soberbio para “tapar sus vergüenzas”, incluso sus complejos, pero lejos de alcanzar el reconocimiento colectivo, como pretende, le conduce al aislamiento y en consecuencia a la negación del calor, cariño y aprobación de los demás.
La arrogancia también puede conducir a una postura impertinente y engreída y admitiendo que nunca es deseable, lo es menos aun cuando proviene de un éxito efímero u ocasional y no fruto de conductas planificadas y conscientes, esas que en cualquier caso podrían justificar el éxito aunque no la arrogancia si esta aflora.
Ser arrogante nunca es la mejor manera de actuar, solo transmite petulancia e insensibilidad hacia quién te rodea. La arrogancia es una concepción errónea de la competitividad vital entre personas que nos puede llevar a sustituir el respeto y la nobleza por el egoísmo y la mezquindad. Esta última reflexión me ha hecho recordar una historia que me hizo pensar:

“En clase el profesor se dirige a un alumno y le pregunta: ¿Cuántos riñones tenemos?
¡Cuatro!, responde el alumno ¿Cuatro? El profesor llama al conserje y en un acto de clara arrogancia le pide un saco de pienso, para el burro que tiene en clase.
¡Y para mí un café!, le dice el alumno al conserje.
El profesor enojado expulsó de forma airada al alumno de clase, pero la audacia del alumno le llevó a corregir al furioso profesor.
Usted me preguntó cuántos riñones tenemos, tenemos cuatro, dos míos y dos suyos, porque “tenemos” es una expresión que habla en plural.
¡Qué tenga buen provecho y disfrute del pienso, señor profesor!”

Estamos rodeados de arrogantes, incluso nosotros mismos nos encontramos una y otra vez al borde de dicha conducta. Si en alguna ocasión no crees recibir los privilegios y reconocimientos que mereces, por parte de tu entorno, revisa tus metas y tus acciones, puede que seas tú el equivocado y no los demás, puede que estés a las puertas de la arrogancia.
No soy muy de dar consejos, pero lanzaría una recomendación: “No ser nunca arrogante con los humildes, ni humilde con los arrogantes”.

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